María, nuestro modelo de
Adviento
Nos reunimos para la
celebración de la Eucaristía en el cuarto Domingo de
Adviento. En la ciudad ya todo está preparado. Los escaparates repletos de
cosas; la iluminación especial de estos días ya está encendida; las invitaciones
a pasarlo bien son numerosas. Nosotros volvemos nuestros ojos a la Palabra de
Dios para que nos ilumine en la cercanía de la Navidad. - A lo largo del
Adviento, dos avisos fundamentales se nos han estado haciendo: - la venida del
Señor será una realidad, - es necesario prepararnos para su venida. Y varios
personajes han estado llamando nuestra atención: los profetas, Juan Bautista y
hoy, como broche oro, la Virgen María. El mensaje cristiano no es para
«guardarlo en nosotros», sino para celebrarlo con gozo y compartirlo con los
demás, como hizo la Virgen María.
Lecturas:
Miqueas 5,2-5a: «De ti saldrá
el jefe de Israel»
Salmo 80(79): «Oh Dios,
restáuranos, que brille tu rostro y nos salve»
Hebreos 10, 5-10: «Aquí estoy
para hacer tu voluntad»
San Lucas 1, 39-45: «¿Quién
soy yo para que me visite la Madre de mi Señor?»
Alabar como María
El Adviento Litúrgico es una
invitación insistente que nos hace la Iglesia a unir nuestra voz filial al coro
de alabanzas en honor de María: «Ella, por el poder inefable del Espíritu
Santo, llevó con amor en sus purísimas entrañas al que habría de nacer entre
los hombres y en favor de los hombres». Belén (casa del pan) es un pueblo muy
familiar para los cristianos. Estos días de Navidad repetiremos muchas veces
este nombre. El profeta anuncia lo que hará gloriosa a esta pequeña ciudad: ser
el lugar del nacimiento del pastor-rey de Israel. Allí nació el rey David y
allí pondrá el evangelista Lucas el nacimiento de Jesús. El profeta insiste en
el fruto de este nacimiento: «esta será nuestra paz». Escuchando esta profecía
adivinamos el significado de las palabras angélicas de la noche de Navidad: «En
la tierra paz a los hombres...».
Misterio de Cristo
El mensaje de la carta a los
Hebreos es una entrada en profundidad en el misterio de la persona de Cristo.
Este, del que habla proféticamente Miqueas como pastor de orígenes remotos (1a.
lectura), y que es el «Señor» que María lleva en su seno, es el enviado de
Dios, dispuesto a cumplir en todo su voluntad; es el sacerdote por naturaleza,
mediador entre Dios y los hombres, que se ofrece desde el primer instante de su
presencia en el mundo para dar cumplimiento perfecto a la comunión entre Dios y
los hombres, que no lograban los sacrificios antiguos. El texto de la carta los
Hebreos, como preparación inmediata de la Navidad, enlaza también la
Encarnación con la pasión del Siervo, y de esta manera muestra la unidad de
todo el Misterio Pascual de Cristo. (Las narraciones del nacimiento y de la primera
infancia de Jesús desarrollarán este paralelismo entre «Nacimiento» y «Misterio
Pascual» ( J. RATZINGER - BENEDICTO XVI: La Infancia de Jesús).
Enseñanza mariológica
La escena de la Visitación nos
ilumina dos valores riquísimos de la Mariología (Estudio sobre la Virgen María)
: a) María en camino, aprisa, ascendiendo a la Montaña, es para todos nosotros modelo
de disponibilidad, diligencia y optimismo en secundar las inspiraciones. ¡Adelante!
¡Arriba! ¡Aprisa! Programa de fervorosos y valientes; de quienes viven en fe,
esperanza y caridad. Programa muy apropiado a los hijos de la Virgen.
b) El Mesías es Sol divino que
se enciende en el cielo de María; María es su aurora. Y para todos, la manera
más suave y más segura de encontrar a Cristo será encontrar a su Madre; y todos
de brazos de María recibiremos al Hijo de Dios encarnado en su seno virginal La
presencia santificadora de Jesús en casa de Juan, recluido en el seno de su madre
Isabel, tiene lugar por mediación de María. María «visita» = hace su «adviento»
en casa de Zacarías, y así se cumple en principio la esperanza mesiánica: ¡El
Señor vendrá a salvar a su pueblo! El tema del arca portadora de la presencia
misteriosa de Dios en medio de su pueblo es el trasfondo de esta escena.
María y la Iglesia
La figura de María, en este
misterio, adquiere una fuerte dimensión eclesiológica: en el seno de María fue
llevado Jesús durante nueve meses; en el tabernáculo de la fe de la Iglesia,
Jesús es llevado hasta la consumación de los siglos (cfr. Sermón de Isaac de
Stella, en la Liturgia de las Horas del Sábado 2o. de Adviento). La Iglesia, a
la vez que espera al Señor, también lo lleva.
Que alguien nos entienda
El misterio de la Visitación
es el misterio de la comunicación mutua de dos mujeres distintas por edad,
ambiente, características, y de la mutua y respetuosa acogida. Dos mujeres,
cada una de las cuales lleva un secreto difícil de comunicar, el secreto más
íntimo y más profundo que una mujer pueda experimentar en el plano de la vida
física: la espera de un hijo. Isabel tiene dificultad para decirlo, debido a la
edad, a la novedad y a la rareza. María tiene dificultad, porque no puede
explicar a nadie las palabras del ángel. Si Isabel vivió, según la narración
evangélica, oculta durante algunos meses en una especie de soledad,
infinitamente más grande fue la soledad de María. Y fue tal vez una de las
razones por las cuales partió «de prisa»: tiene necesidad de encontrarse con
alguien que entienda, y por lo que el ángel le había dicho intuyó que Isabel
era la persona más indicada. Parte de prisa para ser ayudada y no solamente por
el deseo de ayudar a la prima, y es hermoso pensar en esta disposición de María
para hacerse ayudar.
Isabel se siente comprendida
hasta el fondo, y lo que antes era para ella motivo de temor se convierte en
alegría. Se entiende a sí misma como alegría, como exultación en el hijo, pero
al mismo tiempo comprende también el misterio que María no le ha revelado:
«¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre!».
Lógicamente hubiera debido
decir: «Estoy llena de alegría». En cambio, más que hablar de sí misma, más aún
con la fuerza con que está hablando ella, dice a María quién es ella: la
«bendita entre todas las mujeres». Imaginamos fácilmente la exultación y la
maravilla de María que, sin haber dicho una sola palabra, se siente comprendida,
acogida, reconocida, amada y ensalzada.
La Madre de la Fe
Quien no reflexiona sobre el difícil camino de la fe en María, no tendrá ninguna entrada en su secreto, ni en su gracia. María es «la madre de la fe», porque tampoco a ella se le ha ahorrado el camino de la ratificación de la fe y de la fidelidad a la misma. María es, precisamente por su meditación creyente, la mediadora de la verdadera tradición de Cristo. No por pura casualidad Lucas, en los Hechos, la apellida expresamente dentro del cuadro de la comunidad de pentecostés «María, la madre de Jesús».
La actitud de María, acogiendo
la Palabra de Dios, queda traducida en acto de servicio, de caridad, al ser
portadora de la Gran Noticia a su pariente Isabel y compartiendo la acción de
gracias al Señor por medio del canto y la alabanza conjuntas. La visita de
María empieza por la fe, sigue por la caridad y termina en alabanza. Es el
encuentro de dos maternidades donadas que darán el fruto de una redención
gratuita. Uno de los rasgos más característicos del amor cristiano es saber
acudir a quien puede estar necesitando nuestra presencia. Y eso es lo que ha
hecho María. No se nos pide hacer «milagros» ni cosas «sorprendentes», sino
poner nuestra disponibilidad al servicio de quien lo necesita.
¡Eso es preparar y celebrar la Navidad!
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