“A TODOS LOS QUE ENCONTRÉIS, LLAMADLOS A LA BODA”-
Recibir el consuelo de Dios es una de las
experiencias religiosas más intensas e iluminadoras que puede experimentar el
creyente. Es uno de los frutos del estar ‘conectado’ íntimamente a Dios y de
sentirse invadido de una fuerza espiritual, de una gracia divina intensa, capaz
de verse sumergido en una paz indecible y en una tranquilidad embriagadora.
Quien lo experimenta lo suele expresar como un balbuceo espiritual.
La vida creyente brota de la relación entre Dios y
la criatura que se abre a la trascendencia. Su riqueza y madurez dependerá de
la frecuencia e intensidad de esa relación. Germina a partir de un encuentro
entre un ser excepcional, espiritual y divino, y la persona impactada. Jesús no
pasó indiferente ni vivió anónimo entre sus contemporáneos.
En muchas personas suscitó admiración y fuerte
adhesión y en otras, por el contrario, su persona y mensaje, provocó un fuerte
desprecio y una gran hostilidad. Lo cierto es que Jesús no pasó indiferente
ante las personas y situaciones que le tocó vivir.
La predicación sobre Jesús, confesado como Señor e
Hijo de Dios, de los primeros cristianos fue muy chocante entre los griegos y
romanos en los inicios del cristianismo, pues ellos tenían una imagen de la
trascendencia y de la divinidad totalmente alejada de los asuntos mundanos. Los
dioses en los que creían tenían su propio mundo relacional y solo entre ellos
interactuaban. Los cristianos, por el contrario, presentaban a un Dios
comprometido y solidario con la creación, la naturaleza, las preocupaciones de
la humanidad… un Dios capaz de sentir, comprender y compadecerse del género
humano.
La predicación de Jesús no buscaba ni estaba
orientada al adquirir un comportamiento moral determinado, sino más bien, a transmitir
un mensaje religioso, profundo y comprometido, con palabras y obras, capaz de
generar comportamientos y conductas nuevos en aquellos que se encontraron con
él para poner de manifiesto que Dios tiene un plan de salvación para cada
persona particular y para toda la humanidad en su conjunto y que ese plan pasa
por la transformación del corazón, o sea de la conversión en clave religiosa.
LECTURAS:
Domingo 28 del tiempo ordinario - 15 de octubre
Lectura del libro de Isaías 25, 6-10a
“Preparará el Señor del universo para todos los pueblos, en este
monte, un festín de manjares suculentos, un festín de vinos de solera; manjares
exquisitos, vinos refinados.,,”
Salmo 22, R/. Habitaré en
la casa del Señor por años sin término
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Filipenses 4,
12-14. 19-20:” Todo lo puedo en aquel que me conforta. En todo
caso, hicisteis bien en compartir mis tribulaciones…”
Lectura del
santo evangelio según san Mateo 22, 1-14:”…
“La boda está preparada, pero los convidados no se la merecían. Id ahora a los
cruces de los caminos y a todos los que encontréis, llamadlos a la boda”.
Reflexión del Evangelio de hoy
Vivir de la esperanza
La
esperanza es una virtud teologal. Es una fuerza, que cuando arraiga en nuestro
interior, dota de orientación y sentido a todo lo que hacemos. Es el mejor
antídoto contra la depresión y nos dispone a trabajar y luchar por lo que
verdaderamente creemos.
No
existe mejor medicina que la esperanza contra la enfermedad religiosa de la
falsa resignación, ‘del que nada se puede hacer’, o del ‘total para que voy a
hacer si el mundo es como es’ o frases parecidas. El verdadero profeta, el de
ayer y el de hoy, es aquel es aquel trata de infundir ánimo y coraje ante las
situaciones que juzgamos, como en el caso de la primera lectura, desesperadas.
Vivir
la esperanza supone un acto de confianza y de amor. La esperanza nace de la
afectividad y del bien querer. No podemos sino esperar lo bueno y lo mejor de
aquel que juzgamos como amigo o hermano porque nos fiamos de él haciendo un
verdadero acto de entrega.
La
persona religiosa, como lo fue el mismo Jesús, es alguien entregado por amor a
la noble causa de aquel en quien has puesto tu confianza. Jesús se entregó con
un corazón sin división a la misión que el Padre le confío por amor.
San
Pablo lo expresa como acción de gracias. Todo es Providencia porque en todo
anda Dios y por todo hemos de estar agradecidos. Un problema serio de nuestro
tiempo es el no saber ser agradecidos. Esta falta de agradecimiento suele
traducirse en orgullo y arrogancia, en una sobrevaloración de uno mismo que
incapacita para el encuentro con los demás y para la vida comunitaria. La
acción de gracias nos abre al diálogo con los demás y nos dispone a contemplar
la creación como un paisaje fascinante y maravilloso.
Saber vivir con lo que se tiene
Vivir
en acción de gracias es una forma de consolación religiosa. Conformarse
religiosamente con lo que uno tiene o puede adquirir con el fruto de su trabajo
y esfuerzo, en continua acción de gracias, es una forma elocuente de
predicación.Quien sabe vivir con lo que tiene, vive alegre y feliz porque
además sabe compartir y conoce las necesidades de los otros.
Nuestra
fe cristiana es comunión porque partimos y repartimos lo que tenemos y lo
hacemos por un principio religioso: el principio de la solidaridad que está en
Dios mismo, que se dio, por completo, a sí mismo, para la salvación de todos,
justos y pecadores.
El
saber vivir, que en la Amazonia, tiene que ver con el ‘buen vivir’, en relación
con la creación y, en particular, con la madre tierra, nos adentra en la
armonía, la sobriedad y el equilibrio suficiente y necesario para una vida
devota y religiosa.
Los
monjes y las monjas de clausura bien lo saben porque lo han vivido y
experimentado por siglos. Esta realización está en el orden de la conciencia
recta y en el uso compartido y responsable de los bienes que Dios ha puesto y
dispuesto para el disfrute de toda la creación.
Ha
sido el pecado de la acumulación y la acaparación de los recursos en favor de unos
pocos lo que ha producido y sigue produciendo una sobrexplotación que tendrá
devastadores resultados y cuyos primeros síntomas hemos empezado ya a padecer.
La
filosofía del descarte, que empezó por recursos y productos, ha llegado también
a las personas humanas. Millones de personas, en su casi totalidad pobres,
marginados, indígenas, enfermos y ancianos han entrado en el club de los
descartables. Sin embargo, Dios siempre nos da la oportunidad de cambiar.
Vivir preparados para el
encuentro con Dios
También
la historia humana, que religiosamente puede ser experimentada como historia de
salvación, es una historia de encuentro y de reconciliación con Dios. Desde los
inicios Dios ha querido la felicidad de hombres y mujeres, los creo en
inocencia y sin pudor.
Fue
el pecado quien descubrió la desnudez en la que se hallaba el género humano y
desde entonces la lucha por recuperar la inocencia perdida ha sido una
constante en el combate espiritual. Dios nos invita a todos sin excepción a
participar de su fiesta y solo exige una única condición: que te encuentres
preparado para celebrar su fiesta, la fiesta de Dios.
En
toda fiesta, aún en las más humildes, y todos sabemos por experiencia, se exige
una vestimenta apropiada, solo eso, aunque sea alquilada. Si no tienes el traje
o vestido adecuado, el portero no te permitirá la entrada. Y solo eso es lo que
pide Dios, que acudas a Él con el traje de fiesta, seas o no pecador.
El
texto no dice si el que no llevaba el traje apropiado era uno de los justos o
de los pecadores. Solo dice que no llevaba la vestimenta apropiada para el
evento. Para el encuentro con Dios, para entrar en su presencia, no podemos
presentarnos de cualquier forma.
Tú
que ahora me estás leyendo, cree que Dios te espera y te quiere, que desea tu
felicidad, te está diciendo que abras tu corazón a su presencia, que te inundes
de su luz, su paz, su amistad y su amor desinteresado.
Dios
te quiere como eres, pero no le pongas excusas, solo confía en Él. Decía una
mística, que quien a Dios tiene nada le falta, que la paciencia todo lo alcanza
y que solo su amor, basta. Déjate encontrar, solo ten preparado el traje del
encuentro, el vestido de fiesta.
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