“Jesús llena de misericordia la tierra”
·Mediante su capítulo 53 el profeta Isaías ofrece uno de los textos más utilizados por la Iglesia en la celebración del Viernes Santo. En la distancia de los siglos ofrece uno de los fragmentos que se acercarán con mayor precisión a lo que sucederá en la pasión del Señor y el sentido salvífico que Jesús da al sufrimiento. Llenará de misericordia la tierra y librará de la muerte.
Es el Sumo Sacerdote que ha atravesado el cielo y señalado el camino a la humanidad para que mantenga firme la confesión de la fe (Hb 4, 4-16). Fue probado en todo, como nosotros, menos en el pecado.
No solo con sus palabras, sino con el ejemplo ha mostrado que su camino es el del servicio verdadero a todos. Tal es el recorrido que han de hacer también sus seguidores. El cristianismo tiene una moral propia que coincide con la única que conduce a la vida. No lo es la del egoísmo, la de levantar murallas, la que pugna por alcanzar el poder para dominar a los demás, la que pretende conseguir el dominio sobre los otros para sojuzgarlos, la que se reduce a visionar únicamente los lindes terrenos y a los pudientes según el mundo, la que no busca el bien que parte de Dios. La moral de la nueva Ley es la del amor que pide la entrega de la vida haciendo el bien a muchos, viendo en todo el género humano el rostro de Cristo.
DOMINGO 29 DEL T. O. -- 20 DE OCTUBRE
LECTURAS:
Lectura del Profeta Isaías 53, 10-11 :”EL Señor quiso triturarlo con el sufrimiento, y entregar su vida como expiación:…”
Salmo 32, R: Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti
Lectura de la carta a los Hebreos 4, 14-16:” Ya que tenemos un sumo sacerdote grande que ha atravesado el cielo, Jesús, Hijo de Dios, mantengamos firme la confesión de fe…”
Evangelio según San Marcos 10, 35-45 :”En aquel tiempo, se acercaron a Jesús los hijos de Zebedeo, Santiago y Juan, y le dijeron:«Maestro, queremos que nos hagas lo que te vamos a pedir»….«Concédenos sentarnos en tu gloria uno a tu derecha y otro a tu izquierda».,,,
Reflexión del Evangelio de hoy
En el Antiguo Testamento se encuentra una verdadera siembra de circunstancias, personas, acontecimientos, gestos, en una palabra, de mensajes mesiánicos. Una muestra puede verificarse en este breve fragmento que hoy se toma del profeta Isaías (53, 10-11) y que invita a repasar tolo el capítulo 53. Claramente se anuncian rasgos y actitudes del Mesías, destacados de manera particular en el trance de su pasión, muerte y también de su victoria frente al pecado y la muerte.
Los trazos que se anticipan no son, precisamente, los que más se ajustaban con los comunes que mantenía la generalidad del pueblo de Israel. Llegado el tiempo, se manifestará en los mismos apóstoles y discípulos del Señor. Pero, en realidad, estas características son las que libremente eligió Dios vara llevar una vida humana, sin dejar nunca de ser Dios. El Mesías quiso ser triturado por el sufrimiento, sufrir fatigas anímicas y corporales, eligió soportar dolencias y dolores, desprecios, burlas, humillaciones, marginaciones…
Todo este sufrimiento, es verdad, no le correspondía al Mesías como Dios, pero, siempre con plena libertad, quiso soportar cargas sobre sus hombros, las que corresponden a la humanidad herida por el pecado. Cuando se hizo hombre muchos no lo tuvieron en cuenta y sí lo consideraron, llegado el momento, como un desecho ante el que se oculta el rostro, azotado y objeto de burlas, molido por las culpas de sus hermanos…
Sin embargo, asumió tan lacerantes sufrimientos para abrir un camino, ofrecer una puerta de salida a la humanidad que se hallaba culpablemente cerrada para ella. Sanó a todos a fin de practicar una senda que lleva a la vida; aportó el don inapreciable de la paz, sin la cual es imposible la convivencia, ofreció la unidad para alcanzar una fuerza constructiva y en concordia, mostró los frutos que se consiguen por la paciencia, las humillaciones y, claro está, por su muerte redentora. Su donación sacrificial justificará a muchos, se ganó una descendencia y alargamiento de sus días, verá siempre la luz. Además, «lo que plazca al Señor se cumplirá por su mano». En promesa, se contempla al Mesías como el que cargará con el pecado e intercederá por los rebeldes. Pueden recordarse aquellas palabras de santo Tomás de Aquino: «Todo lo que pertenece a la fe en la encarnación y redención se transmite tan claramente en el antiguo libro de los Salmos, que casi parece Evangelio y no ya profecía».
En el Evangelio según san Marcos (Mc 10, 35-45) se comprueba cómo también los apóstoles pensaban muy diversamente que Isaías acerca de las peculiaridades del Mesías. Siguieron un tiempo a Jesús como quien acompaña a un personaje con poderes especiales, como quien, llegado el momento, podía establecer un reino, incluso con una clase preferente, al estilo de los reinos del mundo, aunque llegaron a darse cuenta de que el reinado de Jesús iba a ser algo distinto. Los hermanos Santiago y Juan anhelaban, con todo, un puesto eminente.
De cara a los suplicantes y, en definitiva, a los apóstoles reunidos, aclaró que, para la glorificación de los seres humanos, es obligado recorrer un trayecto común a todos: el de aceptar la vida como un servicio, sin tiranizar a nadie, buscando lo mejor para los demás, desviviéndose en la búsqueda del bien pleno, sin pugnar por los primeros puestos y, mucho menos, para obrar sin moralidad alguna. En el reino de Cristo, ya iniciado en este recorrido terreno, todos y a porfía han de considerarse como ayudantes de los demás, en definitiva, cual «esclavos de cada uno».
Hay una razón muy poderosa para lanzarse a semejante meta: la humanidad nueva que comienza con la encarnación del Hijo de Dios ha de configurarse desde el ejemplar supremo que es Jesús, nuestra cabeza: no ha venido para ser servido, sino para servir y dar la vida en rescate por todos. Lo hizo por medio de un cáliz cuyo contenido bebió y un bautismo con el que quiso soberanamente bautizarse: su pasión, muerte y resurrección. Se sumergió en el bautismo de la muerte y se alzó victorioso para la nueva vida que nos ganó.
Jesús es el sumo sacerdote que ha atravesado el cielo para franquearnos aquella puerta que nos habíamos voluntariamente cerrado. Pide que en esta peregrinación nos mantengamos firmes en la fe. En cualquier circunstancia se compadece y vuelca su misericordia hacia nosotros; sabe que somos débiles, ha pasado por lo nuestro, menos por el pecado; nos da su gracia y auxilio oportuno, quiere vernos confiados caminando hacia el trono de gloria que nos tiene preparado.
¿Qué lección se desprende del camino de sufrimiento que eligió nuestro Salvador? ¿Cómo dar cabida durante el día a algún Salmo, por el ejemplo el n. 3? ¿Cómo seguir a Jesús en el servicio cotidiano?
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