DOMINGO 3 DE JULIO
14
DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
El
anuncio del Reino de Dios
Isaías. 66,10-14c: «Yo haré
derivar hacia ella, como un río, la paz».
Salmo 66(65): «Aclama al
Señor, tierra entera»
Gálatas 6, 14-18: «Yo llevo
en mi cuerpo las marcas de Jesús»
San Lucas 10, 1-12. 17-20:
«La paz de ustedes descansará sobre ellos»
La profecía de Isaías es una
representación simbólica de los valores del Reino de Dios que vendrán con
Jesucristo, y que serán plenos en la vida futura. Reino de gozo y plenitud.
Reino de paz y encuentro fraterno de toda la gente. Reino de misericordia y
amor.
«Yo haré derivar hacia ella,
como un río, la paz». La visión de Jerusalén que ofrece este texto -una de las
últimas páginas del libro de Isaías, en su situación actual- está llena de
consuelo y de esperanza. Entendiendo bien que todos estos bienes que alberga
Jerusalén -la paz, el bienestar...- no proceden de ella misma, sino de Dios que
se los ha dado. ¿Es posible encontrar una imagen más lúcida de la Iglesia?
También todo lo bueno que existe en la Iglesia procede de Dios. Por eso puede
compararse a Jerusalén, y hablamos también de la «madre» Iglesia, porque por
ella llega hasta los hombres el consuelo de Dios: la salvación.
Después de escuchar la
primera lectura, sólo cabe un himno de alabanza. En efecto, ¿qué podemos hacer
nosotros sino cantar, aclamar, prosternar nos, contemplar las hazañas de Dios?:
«Aclama al Señor, tierra
entera».
En la carta a los Gálatas
San Pablo subraya la incompatibilidad entre el Espíritu de Jesús y su Reino, y
el «espíritu del mundo». Por eso es que se gloría sólo en la cruz de Cristo,
donde fue vencido el espíritu del mundo: «Yo llevo en mi cuerpo las marcas de
Jesús». El tema de fondo de la carta vuelve a aparecer en estas últimas frases
de resumen y de despedida. El apóstol Pablo subraya una y otra vez que la vida
del cristiano es incorporación a la cruz de Cristo, para vivir con El la vida
de hijos de Dios. Eso sucede en el bautismo, por cuyo medio el hombre recibe
«las marcas distintivas de Jesús», es decir, la condición de cristiano. La
plegaria eucarística, en la memoria por los difuntos, nos lo recuerda:
«Recuerda a tu hijo... concédele que, así como (por el bautismo) ha compartido
la muerte de Jesucristo...».
Podríamos decir que el tema
central de este Domingo es el anuncio del Reino de Dios. Para comprender bien el sentido de este fragmento
que leemos hoy, es importante referirse al fragmento del pasado domingo:
«Cuando se iba cumpliendo el tiempo de ser llevado al cielo,
Jesús tomó la decisión de ir
a Jerusalén». Es en la perspectiva de este viaje hacia Jerusalén como toma
sentido la misión de los setenta discípulos. Ellos son los encargados de
anunciar la paz de Cristo, que nos viene de su victoria sobre el pecado y la
muerte: su misterio pascual. Esta es la paz que la Iglesia -como Jerusalén-
recibe de Dios y tiene la misión de comunicar.
«El Reino de Dios está
cerca»: esta frase resume el mensaje apostólico y el mensaje de la Iglesia hoy.
Los profetas del Antiguo Testamento (se nos recordó en la primera lectura) anunciaban
un Reino por venir, a largo plazo, con la aparición de Cristo.
Pero con Jesús y la Iglesia,
ahora anunciamos un Reino que ya está aquí, a la mano.
Evangelizar, en último
sentido, es ayudar a la gente a reconocer la presencia del Reino en sus vidas,
y a actuar de acuerdo con ello.
Algunas preguntas para
pensar durante la semana
1. ¿Puedes señalar personas,
acontecimientos, etc., donde se puede reconocer el Reino de Dios en acción?
2. ¿He hecho la elección
crucial entre el Espíritu del Reino y el Espíritu del mundo?
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