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Vida Nueva Cali - Reproductor

viernes, 29 de enero de 2021

DOMINGO 31 DE ENERO

 

Palabras Creíbles

 

Evangelio 31 de enero de 2021- IV domingo del tiempo ordinario



"No enseñaba como los escribas, sino como quien tiene autoridad" San

 Marcos 1, 21-28


Es una experiencia extremecedora. Sus ojos parecían salirse de sus órbitas, su cara desencajada y descompuesta, su cuerpo arqueándose y retorciéndose, gruñidos, gritos, quejas e insultos, todo daba un espectáculo de pavor y de miedo. Era apenas una niña de trece años, pero nadie parecía advertirlo. Era imposible detenerla, a pesar de que ya la habían atado a los barandales de la cama. Los gritos y la preocupación estaban en todos los presentes. Lejos había quedado su apacible faz de adolescente inquieta y traviesa, dulce y enigmática. “Está poseída por el demonio” gritaba una señora. “Traigan al padre para que le haga un exorcismo” decía otra. Los familiares, desconcertados, no atinaban a buscar soluciones. Avergonzados y temerosos, no querían seguir siendo aquel espectáculo inaudito que aglomeraba a los mirones y para el cual que nadie parecía tener respuesta. ¿Estaba su hija realmente poseída por el demonio? ¿Era solamente una enfermedad sicológica o un trauma a causa de los problemas familiares que estaban enfrentando? Nadie les daba una respuesta. Hay momentos de incertidumbre y oscuridad, entonces se presenta Jesús.

 

 Enseña con autoridad

Ya está listo Jesús, rodeado por sus discípulos emprende una intensa actividad con la que anuncia y manifiesta la presencia del Reino como una buena noticia. Las primeras acciones que nos narra San Marcos tienen dos dimensiones muy fuertes: enseñar con autoridad  y liberar de toda opresión. El lugar elegido es Cafarnaúm, pequeña ciudad a orillas del lago de Galilea, cruce de culturas, punto fronterizo y cosmopolita, que llegará ser especialmente entrañable al convertirse en el centro de sus operaciones. Enseña en la sinagoga, en el lugar ordinario de la proclamación de la palabra de la Ley de Israel. Allí su palabra resuena novedosa y llena de autoridad. ¿Por qué dicen las gentes que enseñaba como quien tiene autoridad y no como los escribas? No porque mande mucho o haga ostentación de sabiduría y de poder, sino porque “tiene en su boca las palabras de su Padre” que dan vida y salvación. Su autoridad brota de su misma entrega, de su servicio y de su amor. Su palabra anuncia Buena Nueva y toca el corazón. Los escribas enseñan muy bien la ley, pero una ley que esclaviza y que al endemoniado lo deja atado al hombre impuro. Jesús libera y sana, y da una nueva interpretación de la ley al hacer una curación en sábado.

Palabras respaldadas por el Amor

 Hoy asistimos a una grave crisis de credibilidad de la autoridad y su palabra, en la vida política, social, económica, familiar y hasta religiosa. Y como se pierde la autoridad por no ir respaldada con hechos, se quiere imponer con gritos, amenazas, castigos y fuerza. Así encontramos desde padres que exigen obediencia “sólo porque yo mando”, hasta ejércitos que con muerte y destrucción hacen ver “la autoridad” de los poderosos. A la luz de la autoridad de Jesús ¿qué tendríamos que replantearnos todos los que de algún modo tenemos autoridad? ¿Cómo pueden las palabras de un maestro, de un papá, de un sacerdote o de un gobernante estar llenas de autoridad? Mientras nuestras palabras no vayan respaldadas por el amor y por hechos que den vida, quedarán huecas y vacías.

Cristo viene a liberar integralmente

Mucho se ha hablado a cerca de los milagros de Jesús y se ha cuestionado si realmente cada vez que se dice que Jesús expulsó a un demonio lo tendríamos que entender en el verdadero sentido de una posesión satánica. Debemos recordar que en aquellos tiempos toda enfermedad era vista como un castigo y como una obra del demonio y que su curación no solamente podía ser vista en términos de sanación física, sino como una verdadera liberación de un poder maligno. Todo mal y toda enfermedad esclavizan y atan a la persona y Cristo viene a liberar a la persona íntegra. Así que no siempre serán exorcismos los que haga Jesús pero sí todos sus signos serán liberación del mal y de la opresión. Como cristianos que intentamos seguir a Jesús hemos de traducir este “milagro” a nuestro tiempo y circunstancias. El reto en nuestros días es hacer “milagros” que, al igual que el de Jesús, humanicen, dignifiquen y liberen. Necesitamos expulsar los demonios de la pobreza, la mentira y de la corrupción, necesitamos sanar a nuestra sociedad de la ambición y del materialismo, necesitamos una lucha abierta contra las drogas y la violencia. Necesitamos rehabilitar al hombre y hacerlo nuevo. Estas serían las palabras de autoridad que cada uno de nosotros tendría que pronunciar  para que al proclamar que el Reino de Dios está cerca, se pueda percibir entre nosotros.

 La Palabra de Dios nos da vida y libertad

A veces damos la impresión de responder a la presencia de Jesús con las mismas palabras que decían los demonios. Reconocían su autoridad pero no querían su presencia y por eso decían: “¿Qué quieres tú con nosotros, Jesús de Nazaret? ¿Has venido a acabar con nosotros?” Y ciertamente la palabra de Jesús es exigente y descubre el corazón, pero es la única que nos dará la verdadera vida y libertad. Purifica y sana, pero hemos de abrirle el corazón. En este día pensemos: ¿cómo estamos acogiendo esta palabra de Jesús? ¿En qué forma ejercemos la autoridad? ¿Qué “milagros” hacemos que dignifican a las personas y hacen creíble la presencia del Reino en medio de nosotros? Sin temores, con sinceridad y audacia, porque Cristo está con nosotros.

 

Padre Bueno, concédenos acoger con un corazón abierto las palabras de tu Hijo y traducirlas en “milagros” que hagan creíble la presencia de su Reino en medio de nosotros. Amén

 

VIERNES 29 DE ENERO

 

Contemplar el Evangelio de hoy

Día litúrgico: Viernes 3 del tiempo ordinario

Ver 1ª Lectura y Salmo

Texto del Evangelio (Mc 4,26-34): En aquel tiempo, Jesús decía a la gente: «El Reino de Dios es como un hombre que echa el grano en la tierra; duerma o se levante, de noche o de día, el grano brota y crece, sin que él sepa cómo. La tierra da el fruto por sí misma; primero hierba, luego espiga, después trigo abundante en la espiga. Y cuando el fruto lo admite, en seguida se le mete la hoz, porque ha llegado la siega».

Decía también: «¿Con qué compararemos el Reino de Dios o con qué parábola lo expondremos? Es como un grano de mostaza que, cuando se siembra en la tierra, es más pequeña que cualquier semilla que se siembra en la tierra; pero una vez sembrada, crece y se hace mayor que todas las hortalizas y echa ramas tan grandes que las aves del cielo anidan a su sombra». Y les anunciaba la Palabra con muchas parábolas como éstas, según podían entenderle; no les hablaba sin parábolas; pero a sus propios discípulos se lo explicaba todo en privado.

Comentario:Rev. D. Jordi PASCUAL i Bancells (Salt, Girona, España)

«El Reino de Dios es como un hombre que echa el grano (...y) la tierra da el fruto por sí misma»

Hoy Jesús habla a la gente de una experiencia muy cercana a sus vidas: «Un hombre echa el grano en la tierra (...); el grano brota y crece (...). La tierra da el fruto por sí misma; primero hierba, luego espiga, después trigo abundante en la espiga» (Mc 4,26-28). Con estas palabras se refiere al Reino de Dios, que consiste en «la santidad y la gracia, la Verdad y la Vida, la justicia, el amor y la paz» (Prefacio de la Solemnidad de Cristo Rey), que Jesucristo nos ha venido a traer. Este Reino ha de ser una realidad, en primer lugar, dentro de cada uno de nosotros; después en nuestro mundo.

En el alma de cada cristiano, Jesús ha sembrado —por el Bautismo— la gracia, la santidad, la Verdad... Hemos de hacer crecer esta semilla para que fructifique en multitud de buenas obras: de servicio y caridad, de amabilidad y generosidad, de sacrificio para cumplir bien nuestro deber de cada instante y para hacer felices a los que nos rodean, de oración constante, de perdón y comprensión, de esfuerzo por conseguir crecer en virtudes, de alegría...

Así, este Reino de Dios —que comienza dentro de cada uno— se extenderá a nuestra familia, a nuestro pueblo, a nuestra sociedad, a nuestro mundo. Porque quien vive así, «¿qué hace sino preparar el camino del Señor (...), a fin de que penetre en él la fuerza de la gracia, que le ilumine la luz de la verdad, que haga rectos los caminos que conducen a Dios?» (San Gregorio Magno).

La semilla comienza pequeña, como «un grano de mostaza que, cuando se siembra en la tierra, es más pequeña que cualquier semilla que se siembra en la tierra; pero una vez sembrada, crece y se hace mayor que todas las hortalizas» (Mc 4,31-32). Pero la fuerza de Dios se difunde y crece con un vigor sorprendente. Como en los primeros tiempos del cristianismo, Jesús nos pide hoy que difundamos su Reino por todo el mundo.

jueves, 28 de enero de 2021

JUEVES 28 DE ENERO

 

 
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Contemplar el Evangelio de hoy

Día litúrgico: Jueves 3 del tiempo ordinario

Ver 1ª Lectura y Salmo

Texto del Evangelio (Mc 4,21-25): En aquel tiempo, Jesús decía a la gente: «¿Acaso se trae la lámpara para ponerla debajo del celemín o debajo del lecho? ¿No es para ponerla sobre el candelero? Pues nada hay oculto si no es para que sea manifestado; nada ha sucedido en secreto, sino para que venga a ser descubierto. Quien tenga oídos para oír, que oiga».

Les decía también: «Atended a lo que escucháis. Con la medida con que midáis, se os medirá y aun con creces. Porque al que tiene se le dará, y al que no tiene, aun lo que tiene se le quitará».

Comentario:Rev. D. Àngel CALDAS i Bosch (Salt, Girona, España)

«¿Acaso se trae la lámpara para ponerla debajo del celemín o debajo del lecho?»

Hoy, Jesús nos explica el secreto del Reino. Incluso utiliza una cierta ironía para mostrarnos que la “energía” interna que tiene la Palabra de Dios —la propia de Él—, la fuerza expansiva que debe extenderse por todo el mundo, es como una luz, y que esta luz no puede ponerse «debajo del celemín o debajo del lecho» (Mc 4,21).

¿Acaso podemos imaginarnos la estupidez humana que sería colocar la vela encendida debajo de la cama? ¡Cristianos con la luz apagada o con la luz encendida con la prohibición de iluminar! Esto sucede cuando no ponemos al servicio de la fe la plenitud de nuestros conocimientos y de nuestro amor. ¡Cuán antinatural resulta el repliegue egoísta sobre nosotros mismos, reduciendo nuestra vida al marco de nuestros intereses personales! ¡Vivir bajo la cama! Ridícula y trágicamente inmóviles: “ausentes” del espíritu.

El Evangelio —todo lo contrario— es un santo arrebato de Amor apasionado que quiere comunicarse, que necesita “decirse”, que lleva en sí una exigencia de crecimiento personal, de madurez interior, y de servicio a los otros. «Si dices: ¡Basta!, estás muerto», dice san Agustín. Y san Josemaría: «Señor: que tenga peso y medida en todo..., menos en el Amor».

«‘Quien tenga oídos para oír, que oiga’. Les decía también: ‘Atended a lo que escucháis’» (Mc 4,23-24). Pero, ¿qué quiere decir escuchar?; ¿qué hemos de escuchar? Es la gran pregunta que nos hemos de hacer. Es el acto de sinceridad hacia Dios que nos exige saber realmente qué queremos hacer. Y para saberlo hay que escuchar: es necesario estar atento a las insinuaciones de Dios. Hay que introducirse en el diálogo con Él. Y la conversación pone fin a las “matemáticas de la medida”: «Con la medida con que midáis, se os medirá y aun con creces. Porque al que tiene se le dará, y al que no tiene, aun lo que tiene se le quitará» (Mc 4,24-25). Los intereses acumulados de Dios nuestro Señor son imprevisibles y extraordinarios. Ésta es una manera de excitar nuestra generosidad.

miércoles, 27 de enero de 2021

MIERCOLES 27 DE ENERO

 

Contemplar el Evangelio de hoy

Día litúrgico: Miércoles 3 del tiempo ordinario

Ver 1ª Lectura y Salmo

Texto del Evangelio (Mc 4,1-20): En aquel tiempo, Jesús se puso otra vez a enseñar a orillas del mar. Y se reunió tanta gente junto a Él que hubo de subir a una barca y, ya en el mar, se sentó; toda la gente estaba en tierra a la orilla del mar. Les enseñaba muchas cosas por medio de parábolas. Les decía en su instrucción: «Escuchad. Una vez salió un sembrador a sembrar. Y sucedió que, al sembrar, una parte cayó a lo largo del camino; vinieron las aves y se la comieron. Otra parte cayó en terreno pedregoso, donde no tenía mucha tierra, y brotó enseguida por no tener hondura de tierra; pero cuando salió el sol se agostó y, por no tener raíz, se secó. Otra parte cayó entre abrojos; crecieron los abrojos y la ahogaron, y no dio fruto. Otras partes cayeron en tierra buena y, creciendo y desarrollándose, dieron fruto; unas produjeron treinta, otras sesenta, otras ciento». Y decía: «Quien tenga oídos para oír, que oiga».

Cuando quedó a solas, los que le seguían a una con los Doce le preguntaban sobre las parábolas. El les dijo: «A vosotros se os ha dado comprender el misterio del Reino de Dios, pero a los que están fuera todo se les presenta en parábolas, para que por mucho que miren no vean, por mucho que oigan no entiendan, no sea que se conviertan y se les perdone».

Y les dice: «¿No entendéis esta parábola? ¿Cómo, entonces, comprenderéis todas las parábolas? El sembrador siembra la Palabra. Los que están a lo largo del camino donde se siembra la Palabra son aquellos que, en cuanto la oyen, viene Satanás y se lleva la Palabra sembrada en ellos. De igual modo, los sembrados en terreno pedregoso son los que, al oír la Palabra, al punto la reciben con alegría, pero no tienen raíz en sí mismos, sino que son inconstantes; y en cuanto se presenta una tribulación o persecución por causa de la Palabra, sucumben enseguida. Y otros son los sembrados entre los abrojos; son los que han oído la Palabra, pero las preocupaciones del mundo, la seducción de las riquezas y las demás concupiscencias les invaden y ahogan la Palabra, y queda sin fruto. Y los sembrados en tierra buena son aquellos que oyen la Palabra, la acogen y dan fruto, unos treinta, otros sesenta, otros ciento».

Comentario:Rev. D. Antoni CAROL i Hostench (Sant Cugat del Vallès, Barcelona, España)

«El sembrador siembra la Palabra»

Hoy escuchamos de labios del Señor la “Parábola del sembrador”. La escena es totalmente actual. El Señor no deja de “sembrar”. También en nuestros días es una multitud la que escucha a Jesús por boca de su Vicario —el Papa—, de sus ministros y... de sus fieles laicos: a todos los bautizados Cristo nos ha otorgado una participación en su misión sacerdotal. Hay “hambre” de Jesús. Nunca como ahora la Iglesia había sido tan católica, ya que bajo sus “alas” cobija hombres y mujeres de los cinco continentes y de todas las razas. Él nos envió al mundo entero (cf. Mc 16,15) y, a pesar de las sombras del panorama, se ha hecho realidad el mandato apostólico de Jesucristo.

El mar, la barca y las playas son substituidos por estadios, pantallas y modernos medios de comunicación y de transporte. Pero Jesús es hoy el mismo de ayer. Tampoco ha cambiado el hombre y su necesidad de enseñanza para poder amar. También hoy hay quien —por gracia y gratuita elección divina: ¡es un misterio!— recibe y entiende más directamente la Palabra. Como también hay muchas almas que necesitan una explicación más descriptiva y más pausada de la Revelación.

En todo caso, a unos y otros, Dios nos pide frutos de santidad. El Espíritu Santo nos ayuda a ello, pero no prescinde de nuestra colaboración. En primer lugar, es necesaria la diligencia. Si uno responde a medias, es decir, si se mantiene en la “frontera” del camino sin entrar plenamente en él, será víctima fácil de Satanás.

Segundo, la constancia en la oración —el diálogo—, para profundizar en el conocimiento y amor a Jesucristo: «¿Santo sin oración...? —No creo en esa santidad» (San Josemaría).

Finalmente, el espíritu de pobreza y desprendimiento evitará que nos “ahoguemos” por el camino. Las cosas claras: «Nadie puede servir a dos señores...» (Mt 6,24).

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martes, 26 de enero de 2021

MARTES 26 DE ENERO

 

Contemplar el Evangelio de hoy

Día litúrgico: Martes 3 del tiempo ordinario

Ver 1ª Lectura y Salmo

Texto del Evangelio (Mc 3,31-35): En aquel tiempo, llegan la madre y los hermanos de Jesús, y quedándose fuera, le envían a llamar. Estaba mucha gente sentada a su alrededor. Le dicen: «¡Oye!, tu madre, tus hermanos y tus hermanas están fuera y te buscan». Él les responde: «¿Quién es mi madre y mis hermanos?». Y mirando en torno a los que estaban sentados en corro, a su alrededor, dice: «Éstos son mi madre y mis hermanos. Quien cumpla la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre».

Comentario:Rev. D. Josep GASSÓ i Lécera (Ripollet, Barcelona, España)

«Éstos son mi madre y mis hermanos. Quien cumpla la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre»

Hoy contemplamos a Jesús —en una escena muy concreta y, a la vez, comprometedora— rodeado por una multitud de gente del pueblo. Los familiares más próximos de Jesús han llegado desde Nazaret a Cafarnaum. Pero en vista de la cantidad de gente, permanecen fuera y lo mandan llamar. Le dicen: «¡Oye!, tu madre, tus hermanos y tus hermanas están fuera y te buscan» (Mc 3,31).

En la respuesta de Jesús, como veremos, no hay ningún motivo de rechazo hacia sus familiares. Jesús se había alejado de ellos para seguir la llamada divina y muestra ahora que también internamente ha renunciado a ellos: no por frialdad de sentimientos o por menosprecio de los vínculos familiares, sino porque pertenece completamente a Dios Padre. Jesucristo ha realizado personalmente en Él mismo aquello que justamente pide a sus discípulos.

En lugar de su familia de la tierra, Jesús ha escogido una familia espiritual. Echa una mirada sobre los hombres sentados a su alrededor y les dice: «Éstos son mi madre y mis hermanos. Quien cumpla la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre» (Mc 3,34-35). San Marcos, en otros lugares de su Evangelio, refiere otras de esas miradas de Jesús a su alrededor.

¿Es que Jesús nos quiere decir que sólo son sus parientes los que escuchan con atención su palabra? ¡No! No son sus parientes aquellos que escuchan su palabra, sino aquellos que escuchan y cumplen la voluntad de Dios: éstos son su hermano, su hermana, su madre.

Lo que Jesús hace es una exhortación a aquellos que se encuentran allí sentados —y a todos— a entrar en comunión con Él mediante el cumplimiento de la voluntad divina. Pero, a la vez, vemos en sus palabras una alabanza a su madre, María, la siempre bienaventurada por haber creído.

lunes, 25 de enero de 2021

LUNES 25 DE ENERO

 

Contemplar el Evangelio de hoy

Día litúrgico: 25 de Enero: La Conversión de san Pablo, apóstol

Ver 1ª Lectura y Salmo

Texto del Evangelio (Mc 16,15-18): En aquel tiempo, Jesús se apareció a los once y les dijo: «Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación. El que crea y sea bautizado, se salvará; el que no crea, se condenará. Éstas son las señales que acompañarán a los que crean: en mi nombre expulsarán demonios, hablarán en lenguas nuevas, agarrarán serpientes en sus manos y aunque beban veneno no les hará daño; impondrán las manos sobre los enfermos y se pondrán bien».

Comentario:Rev. D. Josep GASSÓ i Lécera (Ripollet, Barcelona, España)

«Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva»

Hoy, la Iglesia celebra la fiesta de la Conversión de san Pablo, apóstol. El breve fragmento del Evangelio según san Marcos recoge una parte del discurso acerca de la misión que confiere el Señor resucitado. Con la exhortación a predicar por todo el mundo va unida la tesis de que la fe y el bautismo son requisitos necesarios para la salvación: «El que crea y sea bautizado, se salvará; el que no crea, se condenará» (Mc 16,16). Además, Cristo garantiza que a los predicadores se les dará la facultad de hacer prodigios o milagros que habrán de apoyar y confirmar su predicación misionera (cf. Mc 16,17-18). La misión es grande —«Id por todo el mundo»—, pero no faltará el acompañamiento del Señor: «Yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo» (Mt 28,20).

La oración colecta de hoy, propia de la fiesta, nos dice: «Oh Dios, que con la predicación del Apóstol san Pablo llevaste a todos lo pueblos al conocimiento de la verdad, concédenos, al celebrar hoy su conversión, que, siguiendo su ejemplo, caminemos hacia Ti como testigos de tu verdad». Una verdad que Dios nos ha concedido conocer y que tantas y tantas almas desearían poseer: tenemos la responsabilidad de transmitir hasta donde podamos este maravilloso patrimonio.

La Conversión de san Pablo es un gran acontecimiento: él pasa de perseguidor a convertido, es decir, a servidor y defensor de la causa de Cristo. Muchas veces, quizá, también nosotros mismos hacemos de “perseguidores”: como san Pablo, tenemos que convertirnos de “perseguidores” a servidores y defensores de Jesucristo.

Con Santa María, reconozcamos que el Altísimo también se ha fijado en nosotros y nos ha escogido para participar de la misión sacerdotal y redentora de su Hijo divino: Regina apostolorum, Reina de los apóstoles, ¡ruega por nosotros!; haznos valientes para dar testimonio de nuestra fe cristiana en el mundo que nos toca vivir.

viernes, 22 de enero de 2021

DOMINGO 24 DE ENERO

Tercer domingo del Tiempo Ordinario

 DOMINGO DE LA PALABRA


Primera lectura: Jonás 3, 5-10 (Los ninivitas se convirtieron de su mala vida)


Hoy, el profeta Jonás nos dice cuan efectivo es el mensaje de Dios cuando un pueblo (Nínive) reconoce su vida de pecado. Su conversión se logra porque hubo verdadero arrepentimiento y el Señor fue piadoso con su pueblo, como puede serlo con nosotros, si nos reconocemos pecadores y buscamos su perdón.


Segunda lectura: 1 Corintios 7, 29-31 (La escena de este mundo se termina)

Cuantas veces nos encontramos muy ocupados con las cosas de este mundo. San Pablo nos dice que todo esto es pasajero, que todo termina y nos invita a darle más atención a las cosas que trascienden nuestra vida, a las cosas del cielo. Se nos invita a que nos evaluemos y prestemos mucha atención a la gran preocupación de Pablo.

Tercera lectura: Marcos 1, 14-20 (Conviértanse y crean el Evangelio)

San Marcos en su evangelio quiere despertar en el cristiano una inquietud, un deseo de conocer a Cristo. Le habla de conversión, creer, y la buena nueva. Nos hace el llamado a conocer estas tres expresiones y concluye con el inicio de la confección del equipo de trabajo que acompañaría a Jesús en sus predicas hacia el camino de salvación. Todavía hoy estamos a tiempo para formar parte de esa fuerza que mueve al mundo hacia una vida mejor.

 

Domingo de la Palabra

Cuando el Papa el año pasado por primera vez celebraba el Domingo de la Palabra, nos decía que Jesús se hace presente en la vida de cada hombre y nos invitaba a descubrir cómo y dónde se hace presente Jesús para cada uno de nosotros. Hoy, San Marcos nos presenta el inicio de la predicación de Jesús con un fuerte llamado a la conversión.  San Marcos hoy nos hace un interesante resumen de la presentación de Jesús. En primer lugar, Jesús parece escoger el momento menos propicio: “Después de que arrestaron a Juan el Bautista”. Es el momento de peligro y de persecución, es el momento de acusa y de agresión. La Palara no se detiene ante el miedo o ante las dificultades. Jesús no se presenta en Galilea como un profeta más, sino como aquel que cumple las expectativas de todos los profetas, por eso proclama ante todo el pueblo “el Evangelio de Dios”, buena noticia de que Dios está con su pueblo. El momento de dificultad y de problemas que parecería asustar a otros emisarios, para Jesús es el tiempo de gracia, el tiempo cumplido, el tiempo del Señor. Quizás esto lo debamos resaltar nosotros: en el conflicto, Dios se hace presente y acompaña a su pueblo. Hoy es un “kairós”, es decir un tiempo de gracia, un tiempo de Dios.

 ¿Cuál es el tema central de la Palabra? El Reino de Dios es la síntesis de toda la predicación y el programa de Jesús. Su tema esencial y el centro de su actividad, de sus palabras y de sus obras. Es el asunto del que habla a todas horas por pueblos y ciudades y  se condensa en el pregón que hoy hemos escuchado: “El Reino de Dios está cerca”. Se han cumplido los plazos y se exige a los hombres una respuesta a este gran don: la conversión y la fe. El Reino de Dios se hace presente en el mismo Jesús, en el perdón que ofrece a los pecadores, en la expulsión de los demonios, en la curación de los enfermos, en la liberación de los marginados. Cristo mismo es la Palabra y respuesta nueva a los interrogantes del hombre.

Dios comparte nuestra historia

 Quizás nosotros ya no usamos mucho el concepto “reino” porque en nuestra mente y en nuestro corazón está muy ligado al poder, a las estructuras y a las economías. Sin embargo el reino del que habla Jesús no se identifica con algún programa político, ni con sistemas económicos o ideologías nuevas. Si lo entendiéramos así, caeríamos en rasgos superficiales y acomodaticios. Cristo viene a ofrecer, al ofrecerse Él mismo, una nueva concepción del hombre al mirarlo tan cerca de Dios Padre; a hacerle sentir que Dios comparte su historia; a romper las fronteras de los pueblos y a abrir la luz de su amor a todas las naciones, como en el texto de Jonás; y a situar la verdadera felicidad no en las cosas sino en el corazón de la persona. Encontraremos un cambio radical al descubrir la nueva comunión filial con Dios y la solidaridad fraterna con los hombres, que nos llevará a una transformación de la humanidad regida en adelante por la verdad, por la justicia, por la libertad y la vida, por la santidad, la paz y el amor a todos, en especial a los últimos y excluidos que son quienes más lo necesitan. Es el bello sueño de un cielo nuevo y una tierra nueva que tanto anhelaban los profetas y que Jesús lleva a una plenitud mucho más allá de los sueños.

El Reino de Dios está entre nosotros

¿Cómo hacer para que este Reino que proclama Jesús se haga presente entre nosotros? Ciertamente el hombre no adquiere así nada más la paz tan amenazada, la justicia tan pisoteada, la libertad tan oprimida o la vida tan despreciada. Al mismo tiempo que se proclama la cercanía del Reino, se nos proponen la conversión y la fe como los caminos para alcanzar este Reino. Conversión, este concepto tan querido por el Papa Francisco, significa un cambio de mentalidad, un cambio de valores, un nacer nuevo por la presencia del Espíritu. Es el pasar de las tinieblas a la luz. Es dejar al hombre viejo y convertirse en un hombre nuevo. No son los propósitos fáciles sino la verdadera transformación interior. Dejarse tocar por Jesús cambia de raíz toda nuestra vida. Y este cambio se nota por la nueva actitud en la familia, en los grupos y en la sociedad. Es mentira que cambiamos si seguimos conviviendo con la corrupción y la infidelidad; no es cierto nuestro arrepentimiento si nos hacemos cómplices de la injusticia. Esta transformación es el gran regalo que nos otorga Jesús pero requiere el esfuerzo humano. Arrepentirse requiere dejar ese modus vivendi confortable e indiferente, para incendiarnos del fuego del amor de Jesús y llevarlo a todos nuestros rincones. Es incendiar de luz y de esperanza cada instante de nuestra existencia. Arrepentirse y creer implica la doble dinámica de vaciarse de uno mismo y dejarse llenar de Dios. No es la negación del hombre, es la negación de su egoísmo y la afirmación de su verdadera dignidad como hijo de Dios. Jesús, igual que a Simón y a Andrés, igual que a Santiago y a Juan, nos mira, nos llama y nos invita a construir su Reino, a dejar nuestras redes y enredos, para dar vida. Ellos son los compañeros que se escoge Jesús y hoy a nosotros nos hace partícipes de esa invitación.

Seguir a Jesús como sus discípulos

 Hoy abrimos nuestro corazón al grito jubiloso con que inicia su predicación Jesús y nos dejamos llenar de sus palabras. Queremos un verdadero cambio aunque esto implica rasgar y destruir la corrupción que está a nuestro lado, pero no nos quedaremos vacíos, nos llenaremos de su luz y de su esperanza, fortaleceremos nuestra fe al escuchar sus palabras y al sentir su presencia. ¿Qué hay en mi corazón que debo cambiar porque me aleja del Reino? ¿Qué lacras descubro en mi sociedad que no están de acuerdo al Reino predicado por Jesús? ¿Cómo manifiesto mi fe y mi esperanza en este mundo tan lleno de dudas y de corrupción? ¿Estoy dispuesto a acompañar a Jesús en la gran aventura de la construcción del Reino?

Señor Jesús, concédenos, que superando las injusticias y la corrupción, podamos construir con nuestras pequeñas obras y con nuestras débiles palabras, el Reino que tú has anunciado y proclamado. Amén.

 

 

  

VIERNES 22 DE ENERO

 

Contemplar el Evangelio de hoy

Día litúrgico: Viernes II

Ver 1ª Lectura y Salmo

Texto del Evangelio (Mc 3,13-19): En aquel tiempo, Jesús subió al monte y llamó a los que Él quiso; y vinieron donde Él. Instituyó Doce, para que estuvieran con Él, y para enviarlos a predicar con poder de expulsar los demonios. Instituyó a los Doce y puso a Simón el nombre de Pedro; a Santiago el de Zebedeo y a Juan, el hermano de Santiago, a quienes puso por nombre Boanerges, es decir, hijos del trueno; a Andrés, Felipe, Bartolomé, Mateo, Tomás, Santiago el de Alfeo, Tadeo, Simón el Cananeo y Judas Iscariote, el mismo que le entregó.

Comentario:Rev. D. Antoni CAROL i Hostench (Sant Cugat del Vallès, Barcelona, España)

«Jesús subió al monte y llamó a los que Él quiso»

Hoy, el Evangelio condensa la teología de la vocación cristiana: el Señor elige a los que quiere para estar con Él y enviarlos a ser apóstoles (cf. Mc 3,13-14). En primer lugar, los elige: antes de la creación del mundo, nos ha destinado a ser santos (cf. Ef 1,4). Nos ama en Cristo, y en Él nos modela dándonos las cualidades para ser hijos suyos. Sólo en vistas a la vocación se entienden nuestras cualidades; la vocación es el “papel” que nos ha dado en la redención. Es en el descubrimiento del íntimo “por qué” de mi existencia cuando me siento plenamente “yo”, cuando vivo mi vocación.

¿Y para qué nos ha llamado? Para estar con Él. Esta llamada implica correspondencia: «Un día —no quiero generalizar, abre tu corazón al Señor y cuéntale tu historia—, quizá un amigo, un cristiano corriente igual a ti, te descubrió un panorama profundo y nuevo, siendo al mismo tiempo viejo como el Evangelio. Te sugirió la posibilidad de empeñarte seriamente en seguir a Cristo, en ser apóstol de apóstoles. Tal vez perdiste entonces la tranquilidad y no la recuperaste, convertida en paz, hasta que libremente, porque te dio la gana —que es la razón más sobrenatural—, respondiste que sí a Dios. Y vino la alegría, recia, constante, que sólo desaparece cuando te apartas de El» (San Josemaría).

Es don, pero también tarea: santidad mediante la oración y los sacramentos, y, además, la lucha personal. «Todos los fieles de cualquier estado y condición de vida están llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección de la caridad, santidad que, aún en la sociedad terrena, promueve un modo más humano de vivir» (Concilio Vaticano II).

Así, podemos sentir la misión apostólica: llevar a Cristo a los demás; tenerlo y llevarlo. Hoy podemos considerar más atentamente la llamada, y afinar en algún detalle de nuestra respuesta de amor.

jueves, 21 de enero de 2021

JUEVES 21 DE ENERO

 
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Contemplar el Evangelio de hoy

Día litúrgico: Jueves II

Ver 1ª Lectura y Salmo

Texto del Evangelio (Mc 3,7-12): En aquel tiempo, Jesús se retiró con sus discípulos hacia el mar, y le siguió una gran muchedumbre de Galilea. También de Judea, de Jerusalén, de Idumea, del otro lado del Jordán, de los alrededores de Tiro y Sidón, una gran muchedumbre, al oír lo que hacía, acudió a Él. Entonces, a causa de la multitud, dijo a sus discípulos que le prepararan una pequeña barca, para que no le aplastaran. Pues curó a muchos, de suerte que cuantos padecían dolencias se le echaban encima para tocarle. Y los espíritus inmundos, al verle, se arrojaban a sus pies y gritaban: «Tú eres el Hijo de Dios». Pero Él les mandaba enérgicamente que no le descubrieran.

Comentario:Rev. D. Melcior QUEROL i Solà (Ribes de Freser, Girona, España)

«Le siguió una gran muchedumbre de Galilea. También de Judea, de Jerusalén, de Idumea, del otro lado del Jordán, de los alrededores de Tiro y Sidón»

Hoy, todavía reciente el bautismo de Juan en las aguas del río Jordán, deberíamos recordar el talante de conversión de nuestro propio bautismo. Todos fuimos bautizados en un solo Señor, una sola fe, «en un solo Espíritu para formar un solo cuerpo» (1Cor 12,13). He aquí el ideal de unidad: formar un solo cuerpo, ser en Cristo una sola cosa, para que el mundo crea.

En el Evangelio de hoy vemos cómo «una gran muchedumbre de Galilea» y también otra mucha gente procedente de otros lugares (cf. Mc 3,7-8) se acercan al Señor. Y Él acoge y procura el bien para todos, sin excepción. Esto lo hemos de tener muy presente durante el octavario de oración para la unidad de los cristianos.

Démonos cuenta de cómo, a lo largo de los siglos, los cristianos nos hemos dividido en católicos, ortodoxos, anglicanos, luteranos, y un largo etcétera de confesiones cristianas. Pecado histórico contra una de las notas esenciales de la Iglesia: la unidad.

Pero aterricemos en nuestra realidad eclesial de hoy. La de nuestro obispado, la de nuestra parroquia. La de nuestro grupo cristiano. ¿Somos realmente una sola cosa? ¿Realmente nuestra relación de unidad es motivo de conversión para los alejados de la Iglesia? «Que todos sean uno, para que el mundo crea» (Jn 17,21), ruega Jesús al Padre. Éste es el reto. Que los paganos vean cómo se relaciona un grupo de creyentes, que congregados por el Espíritu Santo en la Iglesia de Cristo tienen un solo corazón y una sola alma (cf. Hch 4,32-34).

Recordemos que, como fruto de la Eucaristía —a la vez que la unión de cada uno con Jesús— se ha de manifestar la unidad de la Asamblea, ya que nos alimentamos del mismo Pan para ser un solo cuerpo. Por tanto, lo que los sacramentos significan, y la gracia que contienen, exigen de nosotros gestos de comunión hacia los otros. Nuestra conversión es a la unidad trinitaria (lo cual es un don que viene de lo alto) y nuestra tarea santificadora no puede obviar los gestos de comunión, de comprensión, de acogida y de perdón hacia los demás. 

miércoles, 20 de enero de 2021

MIEWRCOLES 20 DE ENERO

 

Contemplar el Evangelio de hoy

Día litúrgico: Miércoles II

Ver 1ª Lectura y Salmo

Texto del Evangelio (Mc 3,1-6): En aquel tiempo, entró Jesús de nuevo en la sinagoga, y había allí un hombre que tenía la mano paralizada. Estaban al acecho a ver si le curaba en sábado para poder acusarle. Dice al hombre que tenía la mano seca: «Levántate ahí en medio». Y les dice: «¿Es lícito en sábado hacer el bien en vez del mal, salvar una vida en vez de destruirla?». Pero ellos callaban. Entonces, mirándoles con ira, apenado por la dureza de su corazón, dice al hombre: «Extiende la mano». Él la extendió y quedó restablecida su mano. En cuanto salieron los fariseos, se confabularon con los herodianos contra Él para ver cómo eliminarle.

Comentario:Rev. D. Joaquim MESEGUER García (Rubí, Barcelona, España)

«¿Es lícito en sábado hacer el bien en vez del mal, salvar una vida en vez de destruirla?»

Hoy, Jesús nos enseña que hay que obrar el bien en todo tiempo: no hay un tiempo para hacer el bien y otro para descuidar el amor a los demás. El amor que nos viene de Dios nos conduce a la Ley suprema, que nos dejó Jesús en el mandamiento nuevo: «Amaos unos a otros como yo mismo os he amado» (Jn 13,34). Jesús no deroga ni critica la Ley de Moisés, ya que Él mismo cumple sus preceptos y acude a la sinagoga el sábado; lo que Jesús critica es la interpretación estrecha de la Ley que han hecho los maestros y los fariseos, una interpretación que deja poco lugar a la misericordia.

Jesucristo ha venido a proclamar el Evangelio de la salvación, pero sus adversarios, lejos de dejarse convencer, buscan pretextos contra Él: «Había allí un hombre que tenía la mano paralizada. Estaban al acecho a ver si le curaba en sábado para poder acusarle» (Mc 3,1-2). Al mismo tiempo que podemos ver la acción de la gracia, constatamos la dureza del corazón de unos hombres orgullosos que creen tener la verdad de su parte. ¿Experimentaron alegría los fariseos al ver aquel pobre hombre con la salud restablecida? No, todo lo contrario, se obcecaron todavía más, hasta el punto de ir a hacer tratos con los herodianos —sus enemigos naturales— para mirar de perder a Jesús, ¡curiosa alianza!

Con su acción, Jesús libera también el sábado de las cadenas con las cuales lo habían atado los maestros de la Ley y los fariseos, y le restituye su sentido verdadero: día de comunión entre Dios y el hombre, día de liberación de la esclavitud, día de la salvación de las fuerzas del mal. Nos dice san Agustín: «Quien tiene la conciencia en paz, está tranquilo, y esta misma tranquilidad es el sábado del corazón». En Jesucristo, el sábado se abre ya al don del domingo.

martes, 19 de enero de 2021

MARTES 19 DE ENERO

Contemplar el Evangelio de hoy

Día litúrgico: Martes II

Ver 1ª Lectura y Salmo

Texto del Evangelio (Mc 2,23-28): Un sábado, cruzaba Jesús por los sembrados, y sus discípulos empezaron a abrir camino arrancando espigas. Decíanle los fariseos: «Mira ¿por qué hacen en sábado lo que no es lícito?». Él les dice: «¿Nunca habéis leído lo que hizo David cuando tuvo necesidad, y él y los que le acompañaban sintieron hambre, cómo entró en la Casa de Dios, en tiempos del Sumo Sacerdote Abiatar, y comió los panes de la presencia, que sólo a los sacerdotes es lícito comer, y dio también a los que estaban con él?». Y les dijo: «El sábado ha sido instituido para el hombre y no el hombre para el sábado. De suerte que el Hijo del hombre también es señor del sábado».

Comentario:Rev. D. Ignasi FABREGAT i Torrents (Terrassa, Barcelona, España)

«El sábado ha sido instituido para el hombre y no el hombre para el sábado»

Hoy como ayer, Jesús se las ha de tener con los fariseos, que han deformado la Ley de Moisés, quedándose en las pequeñeces y olvidándose del espíritu que la informa. Los fariseos, en efecto, acusan a los discípulos de Jesús de violar el sábado (cf. Mc 2,24). Según su casuística agobiante, arrancar espigas equivale a “segar”, y trillar significa “batir”: estas tareas del campo —y una cuarentena más que podríamos añadir— estaban prohibidas en sábado, día de descanso. Como ya sabemos, los panes de la ofrenda de los que nos habla el Evangelio, eran doce panes que se colocaban cada semana en la mesa del santuario, como un homenaje de las doce tribus de Israel a su Dios y Señor.

La actitud de Abiatar es la misma que hoy nos enseña Jesús: los preceptos de la Ley que tienen menos importancia han de ceder ante los mayores; un precepto ceremonial debe ceder ante un precepto de ley natural; el precepto del reposo del sábado no está, pues, por encima de las elementales necesidades de subsistencia. El Concilio Vaticano II, inspirándose en la perícopa que comentamos, y para subrayar que la persona ha de estar por encima de las cuestiones económicas y sociales, dice: «El orden social y su progresivo desarrollo se han de subordinar en todo momento al bien de la persona, porque el orden de las cosas se ha de someter al orden de las personas, y no al revés. El mismo Señor lo advirtió cuando dijo que el sábado había sido hecho para el hombre, y no el hombre para el sábado (cf. Mc 2,27)».

San Agustín nos dice: «Ama y haz lo que quieras». ¿Lo hemos entendido bien, o todavía la obsesión por aquello que es secundario ahoga el amor que hay que poner en todo lo que hacemos? Trabajar, perdonar, corregir, ir a misa los domingos, cuidar a los enfermos, cumplir los mandamientos..., ¿lo hacemos porque toca o por amor de Dios? Ojalá que estas consideraciones nos ayuden a vivificar todas nuestras obras con el amor que el Señor ha puesto en nuestros corazones, precisamente para que le podamos amar a Él.

 

lunes, 18 de enero de 2021

LUNES 18 DE ENERO

 

 
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Contemplar el Evangelio de hoy

Día litúrgico: Lunes II

Ver 1ª Lectura y Salmo

Texto del Evangelio (Mc 2,18-22): Como los discípulos de Juan y los fariseos estaban ayunando, vienen y le dicen a Jesús: «¿Por qué mientras los discípulos de Juan y los discípulos de los fariseos ayunan, tus discípulos no ayunan?». Jesús les dijo: «¿Pueden acaso ayunar los invitados a la boda mientras el novio está con ellos? Mientras tengan consigo al novio no pueden ayunar. Días vendrán en que les será arrebatado el novio; entonces ayunarán, en aquel día.

»Nadie cose un remiendo de paño sin tundir en un vestido viejo, pues de otro modo, lo añadido tira de él, el paño nuevo del viejo, y se produce un desgarrón peor. Nadie echa tampoco vino nuevo en pellejos viejos; de otro modo, el vino reventaría los pellejos y se echaría a perder tanto el vino como los pellejos: sino que el vino nuevo se echa en pellejos nuevos».

Comentario:Rev. D. Joaquim VILLANUEVA i Poll (Barcelona, España)

«¿Pueden acaso ayunar los invitados a la boda mientras el novio está con ellos?»

Hoy comprobamos cómo los judíos, además del ayuno prescrito para el Día de la Expiación (cf. Lev 16,29-34) observaban muchos otros ayunos, tanto públicos como privados. Eran expresión de duelo, de penitencia, de purificación, de preparación para una fiesta o una misión, de petición de gracia a Dios, etc. Los judíos piadosos apreciaban el ayuno como un acto propio de la virtud de la religión y muy grato a Dios: el que ayuna se dirige a Dios en actitud de humildad, le pide perdón privándose de aquellas cosas que, satisfaciéndole, le hubieran apartado de Él.

Que Jesús no inculque esta práctica a sus discípulos y a los que le escuchan, sorprende a los discípulos de Juan y a los fariseos. Piensan que es una omisión importante en sus enseñanzas. Y Jesús les da una razón fundamental: «¿Pueden acaso ayunar los invitados a la boda mientras el novio está con ellos?» (Mc 2,19). El esposo, según la expresión de los profetas de Israel, indica al mismo Dios, y es manifestación del amor divino hacia los hombres (Israel es la esposa, no siempre fiel, objeto del amor fiel del esposo, Yahvé). Es decir, Jesús se equipara a Yahvé. Está aquí declarando su divinidad: llama a sus discípulos «los amigos del esposo», los que están con Él, y así no necesitan ayunar porque no están separados de Él.

La Iglesia ha permanecido fiel a esta enseñanza que, viniendo de los profetas e incluso siendo una práctica natural y espontánea en muchas religiones, Jesucristo la confirma y le da un sentido nuevo: ayuna en el desierto como preparación a su vida pública, nos dice que la oración se fortalece con el ayuno, etc.

Entre los que escuchaban al Señor, la mayoría serían pobres y sabrían de remiendos en vestidos; habría vendimiadores que sabrían lo que ocurre cuando el vino nuevo se echa en odres viejos. Les recuerda Jesús que han de recibir su mensaje con espíritu nuevo, que rompa el conformismo y la rutina de las almas avejentadas, que lo que Él propone no es una interpretación más de la Ley, sino una vida nueva.

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