Dios, ¿ausente?
Evangelio 17 de enero de 2021
"Vieron
dónde vivía y se quedaron con Él" -San Juan 1, 35-42
En medio de la pandemia, en el dolor
y en el silencio, han surgido voces que gritan: “¿Dónde está Dios?”, incluso
alguien se ha atrevido a decir que Dios tiene coronavirus, pregonando una
ausencia de Dios y afirmando que el hombre en estas circunstancias se está
olvidando de Dios. Pienso que es todo lo contrario. Es en estos momentos de
soledad y de intimidad donde buscamos y descubrimos a Dios muy dentro del
corazón, con toda su verdad, con toda su ternura y dando el sentido a nuestra
vida. Creo que este momento es muy propicio para encontrarnos de verdad
con Dios. Un verdadero y sincero encuentro. De esos encuentros que cambian la
vida y transforman a las personas. que parece imposible no haberlos tenido
antes porque se dan de una manera tan íntima y personal que pareciera que toda
la vida los estuviéramos esperando.
En el evangelio de hoy, Juan nos relata el encuentro de los primeros
discípulos con Jesús. No es la narración periodística de un encuentro, sino la
narración de un momento que ha transformado la vida y que después puede ser
narrado en detalles y símbolos que en un primer instante pudieran pasar
inadvertidos. Dos discípulos de Juan escuchan a su maestro expresarse sobre
Jesús como el “cordero de Dios”, y sin preguntas o vacilaciones, con la misma
ingenuidad que el joven Samuel que hemos contemplado en la primera lectura,
siguen a Jesús, es decir, se disponen a ser sus discípulos, lo que implicará un
cambio definitivo para sus vidas. ¿Por qué siguieron a Jesús? ¿Simple
curiosidad? ¿Qué los impactó más? Ciertamente la presentación que hace Juan
Bautista diciendo que Jesús es “El Cordero”, implica toda una tradición muy
viva en la cultura judía, pero esto no parece ser el motivo de su seguimiento.
Al verlos Jesús, entabla un diálogo con ellos: “¿Qué buscan?”, como
cuestionando hasta dónde están dispuestos a seguirlo. Cuando ellos responden:
“¿Dónde vives, Maestro, Rabí?”, realmente están preguntando mucho más de su
persona, de su presencia y en cuáles ámbitos lo podemos encontrar. Jesús
simplemente les dice: “Vengan y lo verán”. Estos buscadores desean entrar en la
vida del Maestro, estar con él, formar parte de él. Y Jesús no se protege
guardando las distancias, sino que los acoge y los invita a su morada. Este
gesto simbólico se ha comentado siempre como una de las condiciones de la
evangelización: no basta dar palabras sino hechos, no teorías sino vivencias,
no hablar de la buena noticia sino mostrar cómo la vive uno mismo. O sea: la
evangelización no tiene que ser una lección teórica, sino un testimonio, el
evangelizador no es un profesor que da una lección, sino un testigo que ofrece
su propio testimonio personal.
En días pasados alguien que estuvo grave de Covid, comentaba: “hasta ahora que estuve enfermo y
solo, he encontrado a Jesús y ¡Mire dónde lo vine a encontrar! ¡En el dolor y
la enfermedad!” Hoy también a nosotros Jesús nos dice que para conocerlo se
necesita experimentar donde Él vive: en su Palabra, en su Eucaristía, en la
vida de los pobres y sencillos, en los enfermos y despreciados, en la soledad y
en la impotencia. La pobreza y sencillez siguen siendo el ámbito de Jesús, sólo
quien quiere permanecer ciego no lo puede descubrir. Quizás tengamos miedo de
encontrarnos con Jesús y prefiramos declarar su muerte o su ausencia… pero ahí
sigue Jesús viviendo muy cerca de nosotros, compartiendo la vida, es más,
amándonos, aunque nosotros no queramos reconocerlo. Nada puede sustituir la
experiencia de fe personal, honda e íntima, de donde nacerá el deseo de seguir
e imitar a Jesús. El culmen del proceso cristiano está en la experiencia de
Jesús como aquellos discípulos que “Fueron, vieron dónde vivía y se quedaron
con él ese día”.
El impacto de la vivencia, del testimonio, conmueve a los discípulos, y
ellos se convierten en mensajeros que atraerán a nuevos discípulos. A Pedro
hasta el nombre le cambia para indicar la profundidad de este encuentro. Seguir
a Jesús, caminar con él, no puede hacerse sin haber tenido una experiencia de
encuentro con él. Pero también una vez encontrado Jesús, no podemos continuar
con nuestra vida gris e indiferente. Encontraremos un verdadero impulso y una
nueva fuerza para servir a los hermanos al estilo de Jesús, para dar a conocer,
con obras más que con palabras, su persona y su vida. Será urgente convertirnos
en misioneros de su Evangelio.
Ciertamente la vida actual está llena de ruidos, de prisas y ahora de
incertidumbres, pero eso no nos da el derecho de decir que Dios no existe o que
está ausente. Necesitamos escuchar la Palabra de Dios, guardarla en nuestro
corazón. Cuando Samuel (primera lectura) escuchó el llamado de Dios, se dice
que en aquel tiempo la palabra de Dios era escasa. Y uno se pregunta, si la
palabra de Dios es escasa o nosotros estamos tan sordos que no queremos
escucharla, perdemos la capacidad del silencio, la capacidad de escuchar en
nuestra interioridad la voz de Dios que nos habita. Dios puede continuar siendo
aquel desconocido en el cual estamos inmersos y rodeados por su amor. Hoy
debemos hacernos una serie de preguntas y disponer nuestro corazón para
responder sinceramente al Señor. ¿Estoy dispuesto a reconocer a Jesús en mi
vida cotidiana y permitir que trastoque mis intereses más profundos? ¿Puedo,
como Pedro, no sólo cambiar mi nombre, sino mis actividades y prioridades?
¿Estoy dispuesto a tener un encuentro profundo con Jesús en estos momentos y en
estas situaciones? ¿Qué medios estoy poniendo para que pueda realizarse?
Padre bueno, que en Jesús nos muestras todo tu amor y quieres
encontrarte con cada uno de nosotros, dispón nuestro corazón conforme a tus
deseos y permítenos ese encuentro profundo que transforme nuestras vidas en un
verdadero seguimiento de Jesús. Amén
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