Tercer domingo del Tiempo Ordinario
DOMINGO DE LA PALABRA
Primera lectura: Jonás 3, 5-10 (Los ninivitas se convirtieron de su mala
vida)
Hoy, el profeta Jonás nos dice cuan efectivo es el mensaje de Dios cuando un
pueblo (Nínive) reconoce su vida de pecado. Su conversión se logra porque hubo
verdadero arrepentimiento y el Señor fue piadoso con su pueblo, como puede
serlo con nosotros, si nos reconocemos pecadores y buscamos su perdón.
Segunda lectura: 1 Corintios 7, 29-31 (La escena de este mundo se termina)
Cuantas veces nos encontramos muy ocupados con las cosas de este mundo. San
Pablo nos dice que todo esto es pasajero, que todo termina y nos invita a darle
más atención a las cosas que trascienden nuestra vida, a las cosas del cielo.
Se nos invita a que nos evaluemos y prestemos mucha atención a la gran
preocupación de Pablo.
Tercera lectura: Marcos 1, 14-20 (Conviértanse y crean el Evangelio)
San Marcos en su evangelio quiere despertar en el cristiano una inquietud, un
deseo de conocer a Cristo. Le habla de conversión, creer, y la buena nueva. Nos
hace el llamado a conocer estas tres expresiones y concluye con el inicio de la
confección del equipo de trabajo que acompañaría a Jesús en sus predicas hacia
el camino de salvación. Todavía hoy estamos a tiempo para formar parte de esa
fuerza que mueve al mundo hacia una vida mejor.
Domingo de la Palabra
Cuando el Papa el año pasado por primera vez celebraba el Domingo de la
Palabra, nos decía que Jesús se hace presente en la vida de cada hombre y nos invitaba
a descubrir cómo y dónde se hace presente Jesús para cada uno de nosotros. Hoy,
San Marcos nos presenta el inicio de la predicación de Jesús con un fuerte
llamado a la conversión. San Marcos hoy nos hace un interesante resumen
de la presentación de Jesús. En primer lugar, Jesús parece escoger el momento
menos propicio: “Después de que arrestaron a Juan el Bautista”. Es
el momento de peligro y de persecución, es el momento de acusa y de agresión.
La Palara no se detiene ante el miedo o ante las dificultades. Jesús no se
presenta en Galilea como un profeta más, sino como aquel que cumple las
expectativas de todos los profetas, por eso proclama ante todo el pueblo “el
Evangelio de Dios”, buena noticia de que Dios está con su pueblo. El momento de
dificultad y de problemas que parecería asustar a otros emisarios, para Jesús
es el tiempo de gracia, el tiempo cumplido, el tiempo del Señor. Quizás esto lo
debamos resaltar nosotros: en el conflicto, Dios se hace presente y acompaña a
su pueblo. Hoy es un “kairós”, es decir un tiempo de gracia,
un tiempo de Dios.
¿Cuál es el tema central de la Palabra? El Reino de Dios es la
síntesis de toda la predicación y el programa de Jesús. Su tema esencial y el
centro de su actividad, de sus palabras y de sus obras. Es el asunto del que
habla a todas horas por pueblos y ciudades y se condensa en el pregón que
hoy hemos escuchado: “El Reino de Dios está cerca”. Se han cumplido los plazos
y se exige a los hombres una respuesta a este gran don: la conversión y la fe.
El Reino de Dios se hace presente en el mismo Jesús, en el perdón que ofrece a
los pecadores, en la expulsión de los demonios, en la curación de los enfermos,
en la liberación de los marginados. Cristo mismo es la Palabra y respuesta
nueva a los interrogantes del hombre.
Dios comparte nuestra historia
Quizás nosotros ya no usamos mucho el concepto “reino” porque en
nuestra mente y en nuestro corazón está muy ligado al poder, a las estructuras
y a las economías. Sin embargo el reino del que habla Jesús no se identifica
con algún programa político, ni con sistemas económicos o ideologías nuevas. Si
lo entendiéramos así, caeríamos en rasgos superficiales y acomodaticios. Cristo
viene a ofrecer, al ofrecerse Él mismo, una nueva concepción del hombre al
mirarlo tan cerca de Dios Padre; a hacerle sentir que Dios comparte su
historia; a romper las fronteras de los pueblos y a abrir la luz de su amor a
todas las naciones, como en el texto de Jonás; y a situar la verdadera
felicidad no en las cosas sino en el corazón de la persona. Encontraremos un cambio
radical al descubrir la nueva comunión filial con Dios y la solidaridad
fraterna con los hombres, que nos llevará a una transformación de la humanidad
regida en adelante por la verdad, por la justicia, por la libertad y la vida,
por la santidad, la paz y el amor a todos, en especial a los últimos y
excluidos que son quienes más lo necesitan. Es el bello sueño de un cielo nuevo
y una tierra nueva que tanto anhelaban los profetas y que Jesús lleva a una
plenitud mucho más allá de los sueños.
El Reino de
Dios está entre nosotros
¿Cómo hacer para que este Reino que proclama Jesús se haga presente
entre nosotros? Ciertamente el hombre no adquiere así nada más la paz tan
amenazada, la justicia tan pisoteada, la libertad tan oprimida o la vida tan
despreciada. Al mismo tiempo que se proclama la cercanía del Reino, se nos
proponen la conversión y la fe como los caminos para alcanzar este Reino.
Conversión, este concepto tan querido por el Papa Francisco, significa un
cambio de mentalidad, un cambio de valores, un nacer nuevo por la presencia del
Espíritu. Es el pasar de las tinieblas a la luz. Es dejar al hombre viejo y
convertirse en un hombre nuevo. No son los propósitos fáciles sino la verdadera
transformación interior. Dejarse tocar por Jesús cambia de raíz toda nuestra
vida. Y este cambio se nota por la nueva actitud en la familia, en los grupos y
en la sociedad. Es mentira que cambiamos si seguimos conviviendo con la
corrupción y la infidelidad; no es cierto nuestro arrepentimiento si nos
hacemos cómplices de la injusticia. Esta transformación es el gran regalo que
nos otorga Jesús pero requiere el esfuerzo humano. Arrepentirse requiere dejar
ese modus vivendi confortable e indiferente, para incendiarnos del fuego del
amor de Jesús y llevarlo a todos nuestros rincones. Es incendiar de luz y de
esperanza cada instante de nuestra existencia. Arrepentirse y creer implica la
doble dinámica de vaciarse de uno mismo y dejarse llenar de Dios. No es la
negación del hombre, es la negación de su egoísmo y la afirmación de su
verdadera dignidad como hijo de Dios. Jesús, igual que a Simón y a Andrés,
igual que a Santiago y a Juan, nos mira, nos llama y nos invita a construir su
Reino, a dejar nuestras redes y enredos, para dar vida. Ellos son los
compañeros que se escoge Jesús y hoy a nosotros nos hace partícipes de esa
invitación.
Seguir a Jesús como sus discípulos
Hoy abrimos nuestro corazón al grito jubiloso con que inicia su
predicación Jesús y nos dejamos llenar de sus palabras. Queremos un verdadero
cambio aunque esto implica rasgar y destruir la corrupción que está a nuestro lado,
pero no nos quedaremos vacíos, nos llenaremos de su luz y de su esperanza,
fortaleceremos nuestra fe al escuchar sus palabras y al sentir su presencia.
¿Qué hay en mi corazón que debo cambiar porque me aleja del Reino? ¿Qué lacras
descubro en mi sociedad que no están de acuerdo al Reino predicado por Jesús?
¿Cómo manifiesto mi fe y mi esperanza en este mundo tan lleno de dudas y de
corrupción? ¿Estoy dispuesto a acompañar a Jesús en la gran aventura de la
construcción del Reino?
Señor Jesús,
concédenos, que superando las injusticias y la corrupción, podamos construir
con nuestras pequeñas obras y con nuestras débiles palabras, el Reino que tú
has anunciado y proclamado. Amén.
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