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Emisora Vida Nueva

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Vida Nueva Cali - Reproductor

martes, 30 de noviembre de 2021

MARTES 30 DE NOVIEMBRE

 

Contemplar el Evangelio de hoy

Día litúrgico: 30 de Noviembre: San Andrés, apóstol

Ver 1ª Lectura y Salmo

Texto del Evangelio (Mt 4,18-22): En aquel tiempo, caminando por la ribera del mar de Galilea vio a dos hermanos, Simón, llamado Pedro, y su hermano Andrés, echando la red en el mar, pues eran pescadores, y les dice: «Venid conmigo, y os haré pescadores de hombres». Y ellos al instante, dejando las redes, Le siguieron. Caminando adelante, vio a otros dos hermanos, Santiago el de Zebedeo y su hermano Juan, que estaban en la barca con su padre Zebedeo arreglando sus redes; y los llamó. Y ellos al instante, dejando la barca y a su padre, Le siguieron.

Comentario:Prof. Dr. Mons. Lluís CLAVELL (Roma, Italia)

«Os haré pescadores de hombres»

Hoy es la fiesta de san Andrés apóstol, una fiesta celebrada de manera solemne entre los cristianos de Oriente. Fue uno de los dos primeros jóvenes que conocieron a Jesús a la orilla del río Jordán y que tuvieron una larga conversación con Él. Enseguida buscó a su hermano Pedro, diciéndole «Hemos encontrado al Mesías» y lo llevó a Jesús (Jn 2,41). Poco tiempo después, Jesús llamó a estos dos hermanos pescadores amigos suyos, tal como leemos en el Evangelio de hoy: «Venid conmigo y os haré pescadores de hombres» (Mt 4,19). En el mismo pueblo había otra pareja de hermanos, Santiago y Juan, compañeros y amigos de los primeros, y pescadores como ellos. Jesús los llamó también a seguirlo. Es maravilloso leer que ellos lo dejaron todo y le siguieron “al instante”, palabras que se repiten en ambos casos. A Jesús no se le ha de decir: “después”, “más adelante”, “ahora tengo demasiado trabajo”...

También a cada uno de nosotros —a todos los cristianos— Jesús nos pide cada día que pongamos a su servicio todo lo que somos y tenemos —esto significa dejarlo todo, no tener nada como propio— para que, viviendo con Él las tareas de nuestro trabajo profesional y de nuestra familia, seamos “pescadores de hombres”. ¿Qué quiere decir “pescadores de hombres”? Una bonita respuesta puede ser un comentario de san Juan Crisóstomo. Este Padre y Doctor de la Iglesia dice que Andrés no sabía explicarle bien a su hermano Pedro quién era Jesús y, por esto, «lo llevó a la misma fuente de la luz», que es Jesucristo. “Pescar hombres” quiere decir ayudar a quienes nos rodean en la familia y en el trabajo a que encuentren a Cristo que es la única luz para nuestro camino.

Pensamientos para el Evangelio de hoy

  • «Pedro y Andrés no habían visto que Jesucristo hubiese hecho algún milagro. Nada habían oído del premio eterno y, sin embargo al oír la voz del Salvador se olvidaron de todo lo que creían poseer» (San Gregorio Magno)

  • «Que el apóstol Andrés nos enseñe a seguir a Jesús con prontitud, a hablar con entusiasmo de Él, y sobre todo a cultivar con Él una relación de auténtica familiaridad, conscientes de que sólo en Él podemos encontrar el sentido último de nuestra vida y de nuestra muerte» (Benedicto XVI)

  • «Cristo nuestro Señor (…) mandó a los Apóstoles predicar a todos los hombres el Evangelio como fuente de toda verdad salvadora y de toda norma de conducta, comunicándoles así los bienes divinos: el Evangelio prometido por los profetas, que Él mismo cumplió y promulgó con su boca» (Catecismo de la Iglesia Católica, nº 75)

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lunes, 29 de noviembre de 2021

LUNES 29 DE NOVIEMBRE


Contemplar el Evangelio de hoy

Día litúrgico: Lunes 1 de Adviento

Ver 1ª Lectura y Salmo

Texto del Evangelio (Mt 8,5-11): En aquel tiempo, habiendo entrado Jesús en Cafarnaúm, se le acercó un centurión y le rogó diciendo: «Señor, mi criado yace en casa paralítico con terribles sufrimientos». Dícele Jesús: «Yo iré a curarle». Replicó el centurión: «Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo; basta que lo digas de palabra y mi criado quedará sano. Porque también yo, que soy un subalterno, tengo soldados a mis órdenes, y digo a éste: ‘Vete’, y va; y a otro: ‘Ven’, y viene; y a mi siervo: ‘Haz esto’, y lo hace».

Al oír esto Jesús quedó admirado y dijo a los que le seguían: «Os aseguro que en Israel no he encontrado en nadie una fe tan grande. Y os digo que vendrán muchos de oriente y occidente y se pondrán a la mesa con Abraham, Isaac y Jacob en el reino de los Cielos».

Comentario:Rev. D. Joaquim MESEGUER García (Rubí, Barcelona, España)

«Os aseguro que en Israel no he encontrado en nadie una fe tan grande»

Hoy, Cafarnaúm es nuestra ciudad y nuestro pueblo, donde hay personas enfermas, conocidas unas, anónimas otras, frecuentemente olvidadas a causa del ritmo frenético que caracteriza a la vida actual: cargados de trabajo, vamos corriendo sin parar y sin pensar en aquellos que, por razón de su enfermedad o de otra circunstancia, quedan al margen y no pueden seguir este ritmo. Sin embargo, Jesús nos dirá un día: «Cuanto hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí me lo hicisteis» (Mt 25,40). El gran pensador Blaise Pascal recoge esta idea cuando afirma que «Jesucristo, en sus fieles, se encuentra en la agonía de Getsemaní hasta el final de los tiempos».

El centurión de Cafarnaúm no se olvida de su criado postrado en el lecho, porque lo ama. A pesar de ser más poderoso y de tener más autoridad que su siervo, el centurión agradece todos sus años de servicio y le tiene un gran aprecio. Por esto, movido por el amor, se dirige a Jesús, y en la presencia del Salvador hace una extraordinaria confesión de fe, recogida por la liturgia Eucarística: «Señor, yo no soy digno de que entres en mi casa: di una sola palabra y mi criado quedará curado» (cf. Mt 8,8). Esta confesión se fundamenta en la esperanza; brota de la confianza puesta en Jesucristo, y a la vez también de su sentimiento de indignidad personal, que le ayuda a reconocer su propia pobreza.

Sólo nos podemos acercar a Jesucristo con una actitud humilde, como la del centurión. Así podremos vivir la esperanza del Adviento: esperanza de salvación y de vida, de reconciliación y de paz. Solamente puede esperar aquel que reconoce su pobreza y es capaz de darse cuenta de que el sentido de su vida no está en él mismo, sino en Dios, poniéndose en las manos del Señor. Acerquémonos con confianza a Cristo y, a la vez, hagamos nuestra la oración del centurión.

Pensamientos para el Evangelio de hoy

  • «¿Qué pensamos que Jesús alabó en la fe del centurión? La humildad. La humildad del centurión fue la puerta por donde el Señor entró» (San Agustín)

  • «El Señor se maravilló de este centurión. Se maravilló de la fe que tenía. Por ello no sólo encontró al Señor, sino que sintió la alegría de haber sido encontrado por el Señor. ¡Es muy importante!» (Francisco)

  • «Ante la grandeza de este sacramento [la Eucaristía], el fiel sólo puede repetir humildemente y con fe ardiente las palabras del Centurión: ‘Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme’» (Catecismo de la Iglesia Católica, nº 1.386)

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sábado, 27 de noviembre de 2021

Evangelio Primer Domingo de Adviento (28 Noviembre 2021)

 

Se acerca nuestra Liberación.

 

Comenzamos, con este Domingo, un nuevo Año Litúrgico. La primera etapa, que nos ocupará cuatro semanas, es el tiempo del Adviento, de la preparación y espera de la Venida del Señor en el misterio de la navidad. El Adviento es tiempo de esperanza, pero de esperanza responsable y vigilante. Para el antiguo Israel la espera del Mesías significó una larga preparación, no siempre fiel, para sentir la necesidad de un Redentor, que fuera revelación plena y personal del amor de Dios. Para nosotros en la Iglesia, el Adviento significa la responsabilidad y la fidelidad ante el que ha venido como Redentor, pero que volverá un día para coronar en nosotros su obra de salvación en la eternidad.

 

Lecturas:

 

Jeremías. 33, 14-16: «Suscitaré a David un vástago legítimo»

 

Salmo. 25(24): «A ti, Señor Levanto mi alma»

 

Primera Carta de San Pablo a los Tesalonicenses. 3,12 - 4,2: «Que el Señor los fortalezca interiormente, para cuando Jesús vuelva»

 

Evangelio Según San Lucas. 21, 25-28:34-36 «Se acerca su liberación»

 

Los cristianos, ciertamente, no esperamos un nuevo nacimiento de Jesús, del todo imposible e innecesario. Nuestra vida ya está puesta en comunión con El, por la fe y por el bautismo. Lo que los cristianos sí esperamos, para cada uno y para toda la historia, es la manifestación de este Jesús Señor de la gloria, tal como El nos lo ha prometido. Los textos de Lucas destacan la realización de esta promesa como un acontecimiento liberador, y la condición para que así sea para cada uno de nosotros y para todos los Hombres: no estar tan pendientes de la tierra, como si todo tuviese que resolverse aquí; ¡al contrario, estar alerta, orar y levantar bien alta la cabeza!

 

¿Cuándo vendrá el fin del mundo?

 

Cuando decimos «fin del mundo», ¿de qué estamos hablando? ¿El fin del mundo del que habla la Biblia o el fin de este mundo, donde reina el poder del mal que destroza y oprime la vida?

 

Este mundo de injusticia tendrá fin. Ninguno sabe cómo será el mundo nuevo, porque nadie puede imaginarse lo que Dios tiene preparado para aquéllos que lo aman. El mundo nuevo de la vida sin muerte, sobrepasa a todo, como el árbol supera a su simiente.

 

Los primeros cristianos estaban ansiosos o deseaban saber el cuándo de este fin. Pero «no toca a ustedes conocer los tiempos y los momentos que el Padre ha fijado con su autoridad». El único modo de contribuir al final «es que nos lleguen los tiempos del refrigerio de parte del Señor», es dar testimonio al Evangelio en todo momento y acción, hasta los confines de la tierra.

 

¡Nuestro tiempo! ¡El tiempo de Dios!

 

«Porque ninguno conoce ni el día, ni la hora; ni siquiera los ángeles del cielo, ni el Hijo, sino sólo el Padre». Es Dios quien determina la hora del fin. El tiempo de Dios no se mide con nuestro reloj o calendario. Para Dios un día puede ser igual a mil años y mil años iguales a un día. El tiempo de Dios discurre independientemente del nuestro. Nosotros no podemos interferirlo, pero debemos estar preparado para el momento en el que la hora de Dios se presenta en nuestro tiempo. Lo que da seguridad, no es saber la hora del fin del mundo, sino la Palabra de Jesús presente en la vida. El mundo pasará, pero su palabra no pasará.

 

¿Qué nos pide hacer la Palabra?

 

¿Cómo se acerca nuestra Liberación? Realización día a día: Nuestra preparación no tiene que ser sólo litúrgica, sino también espiritual y moral. Llama a la conversión del corazón y a la renovación de vida. El tiempo de Adviento no es un tiempo de penitencia al estilo de la cuaresma, que busca la conversión por el hecho de conocer el sacrificio de Jesús por nosotros en la cruz. El Adviento es el tiempo favorable para emprender un cambio del corazón y para dar un nuevo y decisivo paso en nuestro caminar espiritual, es conversión como preparación por la espera de Jesús.

 

La figura de San Juan Bautista destaca de manera especial en adviento. Es un compañero ideal, austero y gozoso a la vez. Su vida fue penitente en grado sumo, pero no resuena en ella nota alguna de tristeza. Como heraldo y precursor del Señor, se regocijo al escuchar la voz de Jesús. Este es el único capaz de sacarnos de nuestra propia complacencia. «¡Arrepiéntanse, el reino de los cielos está cerca!", gritaba.

 

Relación con la Eucaristía

 

1.    En la Eucaristía se opera la relación entre presente y final cristiano (los ortodoxos la llaman el cielo en la tierra). El «todo se ha cumplido» de Jesús es un anticipo del porvenir en el presente. Y mientras nos vamos revistiendo de Él, hasta «que El vuelva» hacemos su memorial.

 

2.    Por la Eucaristía debemos recuperar la atención y tensión del presente, y abandonar las posturas espontáneas ante el tiempo. Sentirnos colaboradores de Dios en la realización de su designio sobre el mundo y la historia, aportando nuestra interpretación a los signos que marcan los tiempos.

 

3.    La Eucaristía que celebramos, escuchando la Palabra de Dios y recibiendo en la comunión a Cristo Jesús, alimento de vida, es la mejor manera de dar consistencia a lo que luego se debe ver en nuestra actuación: que estamos atentos a ese Dios que es Dios-con-nosotros.

 

SABADO 27 DE NOVIEMBRE DE 2021

Evangelio (Lc 21,34-36): 

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Guardaos de que no se hagan pesados vuestros corazones por el libertinaje, por la embriaguez y por las preocupaciones de la vida, y venga aquel Día de improviso sobre vosotros, como un lazo; porque vendrá sobre todos los que habitan toda la faz de la tierra. Estad en vela, pues, orando en todo tiempo para que tengáis fuerza y escapéis a todo lo que está para venir, y podáis estar en pie delante del Hijo del hombre».

Palabra del Señor.

Comentario 

«Estad en vela (...) orando en todo tiempo»

Por: Rev. D. Antoni CAROL i Hostench (Sant Cugat del Vallès, Barcelona, España)

Hoy, último día del tiempo ordinario, Jesús nos advierte con meridiana claridad sobre la suerte de nuestro paso por esta vida. Si nos empeñamos, obstinadamente, en vivir absortos por la inmediatez de los afanes de la vida, llegará el último día de nuestra existencia terrena tan de repente que la misma ceguera de nuestra glotonería nos impedirá reconocer al mismísimo Dios, que vendrá (porque aquí estamos de paso, ¿lo sabías?) para llevarnos a la intimidad de su Amor infinito. Será algo así como lo que le ocurre a un niño malcriado: tan entretenido está con “sus” juguetes, que al final olvida el cariño de sus padres y la compañía de sus amigos. Cuando se da cuenta, llora desconsolado por su inesperada soledad.

El antídoto que nos ofrece Jesús es igualmente claro: «Estad en vela, pues, orando en todo tiempo» (Lc 21,36). Vigilar y orar... El mismo aviso que les dio a sus Apóstoles la noche en que fue traicionado. La oración tiene un componente admirable de profecía, muchas veces olvidado en la predicación, es decir, de pasar del mero “ver” al “mirar” la cotidianeidad en su más profunda realidad. Como escribió Evagrio Póntico, «la vista es el mejor de todos los sentidos; la oración es la más divina de todas las virtudes». Los clásicos de la espiritualidad lo llaman “visión sobrenatural”, mirar con los ojos de Dios. O lo que es lo mismo, conocer la Verdad: de Dios, del mundo, de mí mismo. Los profetas fueron, no sólo los que “predecían lo que iba a venir”, sino también los que sabían interpretar el presente en su justa medida, alcance y densidad. Resultado: supieron reconducir la historia, con la ayuda de Dios.

Tantas veces nos lamentamos de la situación del mundo. —¿Adónde iremos a parar?, decimos. Hoy, que es el último día del tiempo ordinario, es día también de resoluciones definitivas. Quizás ya va siendo hora de que alguien más esté dispuesto a levantarse de su embriaguez de presente y se ponga manos a la obra de un futuro mejor. ¿Quieres ser tú? Pues, ¡ánimo!, y que Dios te bendiga.

viernes, 26 de noviembre de 2021

VIERNES 26 DE NOVIEMBRE 2021

Evangelio (Lc 21,29-33)

En aquel tiempo, Jesús puso a sus discípulos esta comparación: «Mirad la higuera y todos los árboles. Cuando ya echan brotes, al verlos, sabéis que el verano está ya cerca. Así también vosotros, cuando veáis que sucede esto, sabed que el Reino de Dios está cerca. Yo os aseguro que no pasará esta generación hasta que todo esto suceda. El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán».

Palabra del Señor.

Comentario

«Cuando veáis que sucede esto, sabed que el Reino de Dios está cerca»

Por: Diácono D. Evaldo PINA FILHO (Brasilia, Brasil)

Hoy somos invitados por Jesús a ver las señales que se muestran en nuestro tiempo y época y, a reconocer en ellas la cercanía del Reino de Dios. La invitación es para que fijemos nuestra mirada en la higuera y en otros árboles —«Mirad la higuera y todos los árboles» (Lc 21,29)— y para fijar nuestra atención en aquello que percibimos que sucede en ellos: «Al verlos, sabéis que el verano está ya cerca» (Lc 21,30). Las higueras empezaban a brotar. Los brotes empezaban a surgir. No era apenas la expectativa de las flores o de los frutos que surgirían, era también el pronóstico del verano, en el que todos los árboles "empiezan a brotar".

Según Benedicto XVI, «la Palabra de Dios nos impulsa a cambiar nuestro concepto de realismo». En efecto, «realista es quien reconoce en el Verbo de Dios el fundamento de todo». Esa Palabra viva que nos muestra el verano como señal de proximidad y de exuberancia de la luminosidad es la propia Luz: «Cuando veáis que sucede esto, sabed que el Reino de Dios está cerca» (Lc 21,31). En ese sentido, «ahora, la Palabra no sólo se puede oír, no sólo tiene una voz, sino que tiene un rostro (...) que podemos ver: Jesús de Nazaret» (Benedicto XVI).

La comunicación de Jesús con el Padre fue perfecta; y todo lo que Él recibió del Padre, Él nos lo dio, comunicándose de la misma forma con nosotros. De esta manera, la cercanía del Reino de Dios, —que manifiesta la libre iniciativa de Dios que viene a nuestro encuentro— debe movernos a reconocer la proximidad del Reino, para que también nosotros nos comuniquemos con el Padre por medio de la Palabra del Señor —Verbum Domini—, reconociendo en todo ello la realización de las promesas del Padre en Cristo Jesús.


jueves, 25 de noviembre de 2021

JUEVES 25 DE NOVIEMBRE

 

Contemplar el Evangelio de hoy

Día litúrgico: Jueves 34 del tiempo ordinario

Ver 1ª Lectura y Salmo

Texto del Evangelio (Lc 21,20-28): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Cuando veáis a Jerusalén cercada por ejércitos, sabed entonces que se acerca su desolación. Entonces, los que estén en Judea, huyan a los montes; y los que estén en medio de la ciudad, que se alejen; y los que estén en los campos, que no entren en ella; porque éstos son días de venganza, y se cumplirá todo cuanto está escrito.

»¡Ay de las que estén encinta o criando en aquellos días! Habrá, en efecto, una gran calamidad sobre la tierra, y cólera contra este pueblo; y caerán a filo de espada, y serán llevados cautivos a todas las naciones, y Jerusalén será pisoteada por los gentiles, hasta que se cumpla el tiempo de los gentiles. Habrá señales en el sol, en la luna y en las estrellas; y en la tierra, angustia de las gentes, perplejas por el estruendo del mar y de las olas, muriéndose los hombres de terror y de ansiedad por las cosas que vendrán sobre el mundo; porque las fuerzas de los cielos serán sacudidas. Y entonces verán venir al Hijo del hombre en una nube con gran poder y gloria. Cuando empiecen a suceder estas cosas, cobrad ánimo y levantad la cabeza porque se acerca vuestra liberación».

Comentario:Fray Lluc TORCAL Monje del Monasterio de Sta. Mª de Poblet (Santa Maria de Poblet, Tarragona, España)

«Cobrad ánimo y levantad la cabeza porque se acerca vuestra liberación»

Hoy al leer este santo Evangelio, ¿cómo no ver reflejado el momento presente, cada vez más lleno de amenazas y más teñido de sangre? «En la tierra, angustia de las gentes, perplejas por el estruendo del mar y de las olas, muriéndose los hombres de terror y de ansiedad por las cosas que vendrán sobre el mundo» (Lc 21,25b-26a). Muchas veces, se ha representado la segunda venida del Señor con las imágenes más terroríficas posibles, como parece ser en este Evangelio, siempre bajo el signo del miedo.

Sin embargo, ¿es éste el mensaje que hoy nos dirige el Evangelio? Fijémonos en las últimas palabras: «Cuando empiecen a suceder estas cosas, cobrad ánimo y levantad la cabeza porque se acerca vuestra liberación» (Lc 21,28). El núcleo del mensaje de estos últimos días del año litúrgico no es el miedo, sino la esperanza de la futura liberación, es decir, la esperanza completamente cristiana de alcanzar la plenitud de vida con el Señor, en la que participarán también nuestro cuerpo y el mundo que nos rodea. Los acontecimientos que se nos narran tan dramáticamente quieren indicar de modo simbólico la participación de toda la creación en la segunda venida del Señor, como ya participaron en la primera venida, especialmente en el momento de su pasión, cuando se oscureció el cielo y tembló la tierra. La dimensión cósmica no quedará abandonada al final de los tiempos, ya que es una dimensión que acompaña al hombre desde que entró en el Paraíso.

La esperanza del cristiano no es engañosa, porque cuando empiecen a suceder estas cosas —nos dice el Señor mismo— «entonces verán venir al Hijo del hombre en una nube con gran poder y gloria» (Lc 21,27). No vivamos angustiados ante la segunda venida del Señor, su Parusía: meditemos, mejor, las profundas palabras de san Agustín que, ya en su época, al ver a los cristianos atemorizados ante el retorno del Señor, se pregunta: «¿Cómo puede la Esposa tener miedo de su Esposo?».

miércoles, 24 de noviembre de 2021

MIERCOLES 24 DE NOVIEMBRE

 


 


 
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Contemplar el Evangelio de hoy

Día litúrgico: Miércoles 34 del tiempo ordinario

Ver 1ª Lectura y Salmo

Texto del Evangelio (Lc 21,12-19): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Os echarán mano y os perseguirán, entregándoos a las sinagogas y cárceles y llevándoos ante reyes y gobernadores por mi nombre; esto os sucederá para que deis testimonio. Proponed, pues, en vuestro corazón no preparar la defensa, porque yo os daré una elocuencia y una sabiduría a la que no podrán resistir ni contradecir todos vuestros adversarios. Seréis entregados por padres, hermanos, parientes y amigos, y matarán a algunos de vosotros, y seréis odiados de todos por causa de mi nombre. Pero no perecerá ni un cabello de vuestra cabeza. Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas».

Comentario:Rev. D. Antoni CAROL i Hostench (Sant Cugat del Vallès, Barcelona, España)

«Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas»

Hoy ponemos atención en esta sentencia breve e incisiva de nuestro Señor, que se clava en el alma, y al herirla nos hace pensar: ¿por qué es tan importante la perseverancia?; ¿por qué Jesús hace depender la salvación del ejercicio de esta virtud?

Porque no es el discípulo más que el Maestro —«seréis odiados de todos por causa de mi nombre» (Lc 21,17)—, y si el Señor fue signo de contradicción, necesariamente lo seremos sus discípulos. El Reino de Dios lo arrebatarán los que se hacen violencia, los que luchan contra los enemigos del alma, los que pelean con bravura esa “bellísima guerra de paz y de amor”, como le gustaba decir a san Josemaría Escrivá, en que consiste la vida cristiana. No hay rosas sin espinas, y no es el camino hacia el Cielo un sendero sin dificultades. De ahí que sin la virtud cardinal de la fortaleza nuestras buenas intenciones terminarían siendo estériles. Y la perseverancia forma parte de la fortaleza. Nos empuja, en concreto, a tener las fuerzas suficientes para sobrellevar con alegría las contradicciones.

La perseverancia en grado sumo se da en la cruz. Por eso la perseverancia confiere libertad al otorgar la posesión de sí mismo mediante el amor. La promesa de Cristo es indefectible: «Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas» (Lc 21,19), y esto es así porque lo que nos salva es la Cruz. Es la fuerza del amor lo que nos da a cada uno la paciente y gozosa aceptación de la Voluntad de Dios, cuando ésta —como sucede en la Cruz— contraría en un primer momento a nuestra pobre voluntad humana.

Sólo en un primer momento, porque después se libera la desbordante energía de la perseverancia que nos lleva a comprender la difícil ciencia de la cruz. Por eso, la perseverancia engendra paciencia, que va mucho más allá de la simple resignación. Más aún, nada tiene que ver con actitudes estoicas. La paciencia contribuye decisivamente a entender que la Cruz, mucho antes que dolor, es esencialmente amor.

Quien entendió mejor que nadie esta verdad salvadora, nuestra Madre del Cielo, nos ayudará también a nosotros a comprenderla.

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martes, 23 de noviembre de 2021

MARTES 23 DE NOVIEMBRE

 

Contemplar el Evangelio de hoy

Día litúrgico: Martes 34 del tiempo ordinario

Ver 1ª Lectura y Salmo

Texto del Evangelio (Lc 21,5-11): En aquel tiempo, como dijeran algunos acerca del Templo que estaba adornado de bellas piedras y ofrendas votivas, Jesús dijo: «Esto que veis, llegarán días en que no quedará piedra sobre piedra que no sea derruida».

Le preguntaron: «Maestro, ¿cuándo sucederá eso? Y ¿cuál será la señal de que todas estas cosas están para ocurrir?». Él dijo: «Estad alerta, no os dejéis engañar. Porque vendrán muchos usurpando mi nombre y diciendo: ‘Yo soy’ y ‘el tiempo está cerca’. No les sigáis. Cuando oigáis hablar de guerras y revoluciones, no os aterréis; porque es necesario que sucedan primero estas cosas, pero el fin no es inmediato». Entonces les dijo: «Se levantará nación contra nación y reino contra reino. Habrá grandes terremotos, peste y hambre en diversos lugares, habrá cosas espantosas, y grandes señales del cielo».

Comentario:+ Rev. D. Antoni ORIOL i Tataret (Vic, Barcelona, España)

«No quedará piedra sobre piedra»

Hoy escuchamos asombrados la severa advertencia del Señor: «Esto que veis, llegarán días en que no quedará piedra sobre piedra que no sea derruida» (Lc 21,6). Estas palabras de Jesús se sitúan en las antípodas de una así denominada “cultura del progreso indefinido de la humanidad” o, si se prefiere, de unos cuantos cabecillas tecnocientíficos y políticomilitares de la especie humana, en imparable evolución.

¿Desde dónde? ¿Hasta dónde? Esto nadie lo sabe ni lo puede saber, a excepción, en último término, de una supuesta materia eterna que niega a Dios usurpándole los atributos. ¡Cómo intentan hacernos comulgar con ruedas de molino los que rechazan comulgar con la finitud y precariedad que son propias de la condición humana!

Nosotros, discípulos del Hijo de Dios hecho hombre, de Jesús, escuchamos sus palabras y, haciéndolas muy nuestras, las meditamos. He aquí que nos dice: «Estad alerta, no os dejéis engañar» (Lc 21,8). Nos lo dice Aquel que ha venido a dar testimonio de la verdad, afirmando que aquellos que son de la verdad escuchan su voz.

Y he aquí también que nos asevera: «El fin no es inmediato» (Lc 21,9). Lo cual quiere decir, por un lado, que disponemos de un tiempo de salvación y que nos conviene aprovecharlo; y, por otro, que, en cualquier caso, vendrá el fin. Sí, Jesús, vendrá «a juzgar a los vivos y a los muertos», tal como profesamos en el Credo.

Lectores de Contemplar el Evangelio de hoy, queridos hermanos y amigos: unos versículos más adelante del fragmento que ahora comento, Jesús nos estimula y consuela con estas otras palabras que, en su nombre, os repito: «Con vuestra perseverancia salvaréis vuestra vida» (Lc 21,19).

Nosotros, dándole cordial resonancia, nos exhortamos los unos a los otros: «¡Perseveremos, que con la mano ya tocamos la cima!».

lunes, 22 de noviembre de 2021

LUNES 22 DE NOVIEMBRE


Contemplar el Evangelio de hoy

Día litúrgico: Lunes 34 del tiempo ordinario

Ver 1ª Lectura y Salmo

Texto del Evangelio (Lc 21,1-4): En aquel tiempo, alzando la mirada, Jesús vio a unos ricos que echaban sus donativos en el arca del Tesoro; vio también a una viuda pobre que echaba allí dos moneditas, y dijo: «De verdad os digo que esta viuda pobre ha echado más que todos. Porque todos éstos han echado como donativo de lo que les sobraba, ésta en cambio ha echado de lo que necesitaba, todo cuanto tenía para vivir».

Comentario:Rev. D. Àngel Eugeni PÉREZ i Sánchez (Barcelona, España)

«Ha echado de lo que necesitaba, todo cuanto tenía para vivir»

Hoy, como casi siempre, las cosas pequeñas pasan desapercibidas: limosnas pequeñas, sacrificios pequeños, oraciones pequeñas (jaculatorias); pero lo que aparece como pequeño y sin importancia muchas veces constituye la urdimbre y también el acabado de las obras maestras: tanto de las grandes obras de arte como de la obra máxima de la santidad personal.

Por el hecho de pasar desapercibidas esas cosas pequeñas, su rectitud de intención está garantizada: no buscamos con ellas el reconocimiento de los demás ni la gloria humana. Sólo Dios las descubrirá en nuestro corazón, como sólo Jesús se percató de la generosidad de la viuda. Es más que seguro que la pobre mujer no hizo anunciar su gesto con un toque de trompetas, y hasta es posible que pasara bastante vergüenza y se sintiera ridícula ante la mirada de los ricos, que echaban grandes donativos en el cepillo del templo y hacían alarde de ello. Sin embargo, su generosidad, que le llevó a sacar fuerzas de flaqueza en medio de su indigencia, mereció el elogio del Señor, que ve el corazón de las personas: «De verdad os digo que esta viuda pobre ha echado más que todos. Porque todos éstos han echado como donativo de lo que les sobraba, ésta en cambio ha echado de lo que necesitaba, todo cuanto tenía para vivir» (Lc 21,3-4).

La generosidad de la viuda pobre es una buena lección para nosotros, los discípulos de Cristo. Podemos dar muchas cosas, como los ricos «que echaban sus donativos en el arca del Tesoro» (Lc 21,1), pero nada de eso tendrá valor si solamente damos “de lo que nos sobra”, sin amor y sin espíritu de generosidad, sin ofrecernos a nosotros mismos. Dice san Agustín: «Ellos ponían sus miradas en las grandes ofrendas de los ricos, alabándolos por ello. Aunque luego vieron a la viuda, ¿cuántos vieron aquellas dos monedas?... Ella echó todo lo que poseía. Mucho tenía, pues tenía a Dios en su corazón. Es más tener a Dios en el alma que oro en el arca». Bien cierto: si somos generosos con Dios, Él lo será más con nosotros.

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viernes, 19 de noviembre de 2021

DOMINGO 21 DE NOVIEMBRE

 

Rey misericordioso y servicial

A lo largo el año hemos venido viviendo y celebrando: el tiempo de espera del Redentor (Adviento); el nacimiento del señor (Navidad); su camino de preparación hacia la Pascua (Cuaresma); su Pasión, Resurrección y Glorificación (Semana Santa, Pascua, Ascensión, Pentecostés). Hoy terminamos el Año Litúrgico celebrando a Cristo «Señor y Rey del universo». No se trata de ninguna «forma política de gobierno», sino del Reino de Dios instaurado por Jesús y al que le da plenitud: que habita en nosotros, a pesar de que «no es de este mundo». A Jesús tenemos que bajarlo de todos los tronos para dejarlo solamente en la Cruz y en la Resurrección a una Vida Nueva.

LECTURAS:

Daniel 7, 13-14: «Su reino no acabará»

Salmo 93(92): «El Señor reina, vestido de majestad»

Apocalipsis 1, 5-8: «A Jesucristo, el Testigo fiel, la gloria y el poder por los siglos de los siglos»

San Juan 18. 33-37: «Tú lo dices: Soy rey»

No es de este mundo

Afirmar que «el reino de Cristo no es de aquí» es decir que sus características son la verdad, el servicio y el amor. Si la Iglesia quiere visibilizar la realeza de Cristo lo tendrá que hacer de esta manera. Celebrar a Cristo Rey es traer a la vida su acción salvadora. El es un rey muy distinto de como son los reyes humanos: su palacio es el universo, su poder es el amor, sus súbditos son todos los hombres y mujeres de la historia por quienes se ha entregado hasta la muerte. Su Reino abarca todo lo creado. La muerte no lo amenaza pues al resucitar entró encarnado en la vida de Dios que es eterna.

Nos servimos de la imagen del Rey para expresar su ser divino al servicio del hombre. Ese Rey es el que lava los pies de los discípulos, el que acoge a los pequeños, el que sirve a los enfermos, el que ama a los pobres habiendo compartido con ellos la vida y su trabajo. La fuerza de su acción está en ese contraste entre el poder que le asiste como a Dios y la humildad de que se reviste como hombre, obediente hasta la muerte y muerte de cruz. Durante mucho tiempo la fiesta de Cristo Rey ha estado cargada de acentos triunfalistas. La realeza de Cristo se ha pretendido visibilizar en el mundo y en la Iglesia por la pompa, el poder. Sin embargo estas características son las propias de los reinos de aquí abajo. Abandonar los triunfalismos exige como primer paso el reconocimiento de que somos pecadores. Y lo somos porque hemos colocado realidades que no son Cristo, en su lugar. Y por ello hemos prostituido nuestras relaciones con Dios. Pero Dios siempre perdona a quien se reconoce pecador. La Palabra de Dios nos dice que Cristo es el Señor. Que únicamente esto, asegura la libertad, la convivencia, la construcción de un mundo de verdad, de justicia, de amor y de paz.

Jesús Rey mártir

«He venido para dar testimonio de la verdad», dice Jesús, usando un término muy fuerte, que contiene en sí el significado de martirio, en griego (marturh,sw = «martyreso», es decir, testimoniar: es lo que hace el mártir por le FE). El testigo es un mártir, el que afirma con la vida, con la sangre, con todo lo que es y lo que tiene, la verdad en la cree. Jesús atestigua la verdad, que es la Palabra del Padre («Tu Palabra es verdad»:  y por esta Palabra Él da la vida. Vida por vida, Palabra por Palabra, amor por amor. Jesús es «el Amén, el Testigo fiel y veraz, el Principio de la creación de Dios»; en Él existe sólo el Sí, por siempre y desde siempre y en este Sí, nos ofrece toda la verdad del Padre, de sí mismo, del Espíritu y en esta verdad, en esta luz, Él hace de nosotros su reino.

El «drama» de la FE: llamados a «escuchar» a Cristo

Y es aquí donde reside el dramatismo de la escena: Pilato podía haberse «abierto» a esta dimensión de la fe, pero se recluye en su posición de poder político-terrenal, encerrándose cerrilmente en su «increencia», como los judíos (importante:  los judíos de ningún modo pisan el tribunal en la casa del gobernador pagano...).

El acontecimiento de la revelación tiene lugar al dar Jesús testimonio de la verdad: en Jesús «experimenta » el creyente la revelación personal de Dios. El, Jesús, descubre el misterio de Dios; Él lo hace paternal a través de su encarnación humana. Y todo aquel que escucha y no se cierra a la revelación de Dios en Jesús, será aceptado por la experiencia de la fe (conocimiento de la verdad) en una corriente de relación viva con Dios, por Jesucristo vivo, actual y actuante hoy en la Iglesia.

Esperanza combativa y operante

Efectivamente Cristo es el Señor y el centro del Universo. Su Resurrección lo ha convertido en el primogénito de entre los muertos. El es el punto Omega al que converge toda la creación y en el que toda la historia humana encontrará un final digno y glorioso. En él está nuestra garantía y él es de donde arranca la fuerza de nuestra esperanza. Pero nuestra esperanza es combativa y operante. Todavía no ha llegado a su plenitud el Reino de Cristo. La verdad, la justicia, el amor y la paz no son las características de este mundo. La obra de Cristo está inacabada. Por culpa del poder todavía hoy se pasa hambre y sed. Se vive explotado, aniquilado, esclavo. El Hijo del Hombre, el Señor se hace presente en el mundo de los marginados, oprimidos, humillados, empequeñecidos, en los pobres porque se identifica con ellos. Liberar al hombre de su opresión es creer firmemente que Cristo es el Señor. Asumir la tarea de desmontar los ídolos, los falsos dioses, es ejercitar la esperanza. Esto no se hace sin riesgo y sin cruz. Pero, el cristiano asume su tarea con espíritu profético, con talante de apóstol. La seguridad de Cristo le lleva a vivir las tribulaciones que le acarreará el testimonio de la verdad con alegría. Porque sabe que él no es mayor que su Maestro y que identificarse con El significa identificarse radicalmente con su cruz.

Relación con la Eucaristía

Los que participamos en la Eucaristía queremos participar también en la extensión de su Reino de justicia, de amor y de paz.


VIERNES 19 DE NOVIEMBRE

 

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