Vivir con rectitud... Esperar
con confianza
Al venir a la iglesia para
para la celebración eucarística, no podemos dejar a la puerta las
preocupaciones o las ilusiones de cada día. Forman nuestra vida y las queremos
presentar al Señor para iluminarlas con la vida y gracia que Dios-Padre nos ofrece.
La liturgia de hoy nos reúne alrededor del altar con la idea de un mundo nuevo.
Un mundo nuevo, una sociedad nueva, un hombre nuevo es algo que de alguna manera
esperamos todos. Pero nuestras formas de esperar son bien diferentes. Y sin duda
alguna en nuestra espera, hay mucho de temor, pesimismo, de frenazo, de traición
al Evangelio. La Palabra de Dios nos invita a ir más allá de nuestras humanas
preocupaciones o esperanzas, pero no a desentendernos de ellas. En este domingo
que la Palabra de Dios nos habla del fin del mundo, no trata de aumentar en
nosotros una nueva preocupación. Se nos dice que Dios renovará el mundo actual
cambiándolo por un mundo nuevo donde brillará la paz. Este mensaje nos trae
esperanza y confianza.
LECTURAS:
Daniel.
12, 1-3: «Los sabios brillarán como el fulgor del firmamento»
Salmo
16(15): «Protégeme, Dios mío, que me refugio en Ti»
Hebreos
10, 11-14.18: «Cristo ofreció por los pecados para siempre jamás un solo
sacrificio»
San Marcos
13, 24-32: «El cielo y la tierra pasarán, mis palabras no pasarán»
El
cristiano vive su fe en el mundo
Tenemos
que vivir como cristianos nuestro paso por el mundo. Estamos urgidos desde dos
puntos aparentemente opuestos: nuestra pertenencia al mundo, al tiempo, a lo
pasajero; y nuestra vocación a la trascendencia, a superar la barrera del
tiempo y de la muerte. Es el mensaje del Señor en su discurso final. Tenemos
responsabilidad en el mundo que Dios nos ha dado para construirlo a través del
trabajo, del desarrollo, del progreso que juzgamos ilimitado. Tiene una razón de
ser: el bienestar personal y el de todos los habitantes del mundo. Dios nos
quiere como hijos suyos, dignos de esa condición, comprometidos con los
hermanos. Pero por otra parte sabemos que el mundo termina. Tiene un final no
solo personal sino también cósmico. El paso por el mundo y el tiempo es
exigente, incluso doloroso en más de una ocasión. Pero la llamada al final es
la consecución de un estado realizado y feliz. Estamos perpetuamente en esa
tensión que suele llamarse: el «ya» pero «todavía no». Desde ahora, por la fe,
tenemos una experiencia auténtica de la vida de Dios en nosotros.
Nuestra
experiencia de Dios no ha llegado a la plenitud. Está todavía limitada y viaja a
veces en la penumbra. El Señor nos invita a pasar, como discípulos suyos,
inclinados hacia la tierra en la que vivimos para desarrollarla con
responsabilidad, y a levantar la cabeza y mirar hacia el infinito al que él nos
llama y que por su bondad también nos pertenece. El cristiano vive el drama que
vive su mundo. No es un extraño en su propio mundo. Cristo es su modelo en
todo. Y Cristo no fue extraño al mundo. Vivió en el mundo y con los hombres. Y
participó de su condición. Cristo fue co-partícipe de la pasión humana. - De
esta manera ofreció por los pecados un sacrificio para siempre. Como consecuencia
de ello vive hoy resucitado.
Levantemos
la mirada
Toda
tribulación es de alguna manera el anuncio de este mundo nuevo, de esta nueva
creación. No es posible el anuncio de una nueva creación sin dolores, sin
crisis. Estos son como los signos de la naturaleza que anuncian la primavera.
La tribulación, como pan cotidiano para la vida del hombre, es señal de la
venida del Hijo de Dios. Una vida que engendra y dará a luz un rostro nuevo
tiene que conocer los dolores del parto. Dispersos hasta la extremidad de la
tierra, lejos los unos de los otros, los hijos del Altísimo serán reunidos de
los cuatro vientos, por el espíritu divino que recorre la tierra.
Relación
con la Eucaristía
La
Eucaristía exige un serio compromiso en este sentido, para hacer verdad el que la
celebremos mientras él vuelva.
Para
orar y vivir la Palabra
«El
Señor es el lote de mi heredad» (Sal. 16) -
Hoy
quiero darte gracias por haberme dado tu persona por herencia.
Nada
en este mundo puede llenar mi corazón. Cuando Tú no estás, todo suena a vacío
dentro de mí. En cambio, cuando Tú llegas, todo se llena de sentido. Eres como
el sol que todo lo ilumina, todo lo calienta, todo lo vivifica.
«Que
otros elijan otras porciones temporales y terrenas con las que se gocen. La
porción de los elegidos es el Dios eterno. Beban otros los placeres de otras
fuentes. Yo bebo en la copa del Señor. Mi heredad es excelente para mí. No es
excelente para todos, sino para los que 'ven'.
Y como
yo me encuentro entre los últimos, es también para mí. No dice: ¡Oh Dios, dame
algo en herencia! ¿Qué me darás Tú en herencia? Todo lo que Tú podrías darme si
no fueras Tú, sería para mí una nadería. Sé Tú mismo mi herencia. Tú eres a
quien amo». (San Agustín)
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