Se acerca nuestra Liberación.
Comenzamos, con este Domingo, un nuevo Año Litúrgico. La primera etapa,
que nos ocupará cuatro semanas, es el tiempo del Adviento, de la preparación y
espera de la Venida del Señor en el misterio de la navidad. El Adviento es
tiempo de esperanza, pero de esperanza responsable y vigilante. Para el antiguo
Israel la espera del Mesías significó una larga preparación, no siempre fiel,
para sentir la necesidad de un Redentor, que fuera revelación plena y personal
del amor de Dios. Para nosotros en la Iglesia, el Adviento significa la responsabilidad
y la fidelidad ante el que ha venido como Redentor, pero que volverá un día
para coronar en nosotros su obra de salvación en la eternidad.
Lecturas:
Jeremías. 33, 14-16: «Suscitaré a David un vástago legítimo»
Salmo. 25(24): «A ti, Señor Levanto mi alma»
Primera Carta de San Pablo a los Tesalonicenses. 3,12 - 4,2: «Que el
Señor los fortalezca interiormente, para cuando Jesús vuelva»
Evangelio Según San Lucas. 21, 25-28:34-36 «Se acerca
su liberación»
Los cristianos, ciertamente, no esperamos un nuevo nacimiento de Jesús,
del todo imposible e innecesario. Nuestra vida ya está puesta en comunión con
El, por la fe y por el bautismo. Lo que los cristianos sí esperamos, para cada
uno y para toda la historia, es la manifestación de este Jesús Señor de la
gloria, tal como El nos lo ha prometido. Los textos de Lucas destacan la
realización de esta promesa como un acontecimiento liberador, y la condición
para que así sea para cada uno de nosotros y para todos los Hombres: no estar
tan pendientes de la tierra, como si todo tuviese que resolverse aquí; ¡al
contrario, estar alerta, orar y levantar bien alta la cabeza!
¿Cuándo vendrá el fin del mundo?
Cuando decimos «fin del mundo», ¿de qué estamos hablando? ¿El fin del
mundo del que habla la Biblia o el fin de este mundo, donde reina el poder del
mal que destroza y oprime la vida?
Este mundo de injusticia tendrá fin. Ninguno sabe cómo será el mundo
nuevo, porque nadie puede imaginarse lo que Dios tiene preparado para aquéllos
que lo aman. El mundo nuevo de la vida sin muerte, sobrepasa a todo, como el árbol
supera a su simiente.
Los primeros cristianos estaban ansiosos o deseaban saber el cuándo de
este fin. Pero «no toca a ustedes conocer los tiempos y los momentos que el Padre
ha fijado con su autoridad». El único modo de contribuir al final «es que nos
lleguen los tiempos del refrigerio de parte del Señor», es dar testimonio al
Evangelio en todo momento y acción, hasta los confines de la tierra.
¡Nuestro tiempo! ¡El tiempo de Dios!
«Porque ninguno conoce ni el día, ni la hora; ni siquiera los ángeles
del cielo, ni el Hijo, sino sólo el Padre». Es Dios quien determina la hora del
fin. El tiempo de Dios no se mide con nuestro reloj o calendario. Para Dios un
día puede ser igual a mil años y mil años iguales a un día. El tiempo de Dios
discurre independientemente del nuestro. Nosotros no podemos interferirlo, pero
debemos estar preparado para el momento en el que la hora de Dios se presenta
en nuestro tiempo. Lo que da seguridad, no es saber la hora del fin del mundo,
sino la Palabra de Jesús presente en la vida. El mundo pasará, pero su palabra
no pasará.
¿Qué nos pide hacer la Palabra?
¿Cómo se acerca nuestra Liberación? Realización día a día: Nuestra
preparación no tiene que ser sólo litúrgica, sino también espiritual y moral.
Llama a la conversión del corazón y a la renovación de vida. El tiempo de
Adviento no es un tiempo de penitencia al estilo de la cuaresma, que busca la
conversión por el hecho de conocer el sacrificio de Jesús por nosotros en la
cruz. El Adviento es el tiempo favorable para emprender un cambio del corazón y
para dar un nuevo y decisivo paso en nuestro caminar espiritual, es conversión
como preparación por la espera de Jesús.
La figura de San Juan Bautista destaca de manera especial en adviento.
Es un compañero ideal, austero y gozoso a la vez. Su vida fue penitente en
grado sumo, pero no resuena en ella nota alguna de tristeza. Como heraldo y
precursor del Señor, se regocijo al escuchar la voz de Jesús. Este es el único
capaz de sacarnos de nuestra propia complacencia. «¡Arrepiéntanse, el reino de
los cielos está cerca!", gritaba.
Relación con la Eucaristía
1. En la Eucaristía se opera la relación entre presente y
final cristiano (los ortodoxos la llaman el cielo en la tierra). El «todo se ha
cumplido» de Jesús es un anticipo del porvenir en el presente. Y mientras nos
vamos revistiendo de Él, hasta «que El vuelva» hacemos su memorial.
2. Por la Eucaristía debemos recuperar la atención y
tensión del presente, y abandonar las posturas espontáneas ante el tiempo.
Sentirnos colaboradores de Dios en la realización de su designio sobre el mundo
y la historia, aportando nuestra interpretación a los signos que marcan los
tiempos.
3. La Eucaristía que celebramos, escuchando la Palabra de
Dios y recibiendo en la comunión a Cristo Jesús, alimento de vida, es la mejor
manera de dar consistencia a lo que luego se debe ver en nuestra actuación: que
estamos atentos a ese Dios que es Dios-con-nosotros.
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