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domingo, 27 de marzo de 2016

DOMINGO DE PASCUA 2016

Misa del Día
Resucitó de veras mi amor y mi esperanza
Gozo-Testimonio-Misericordia


Ha llegado la Pascua, anunciada y preparada, dispuesta y celebrada con fe por una comunidad que, en el Año de la Misericordia, reconoce en cada obra de Dios una revelación de su amor infinito, una manifestación del poder del amor y de la fuerza de la esperanza.

1. Gozo

Contrasta esta palabra con la realidad del mundo en el que vivimos. Hay demasiadas luchas, demasiadas violencias, demasiadas desesperanzas, pero sobre todo ese panorama confuso descuella, luminosa y alegre la luz del Cirio Pascual sobre el que hemos trazado las cifras que distinguen este Año de Gracia y en el que hemos escrito que Jesús Resucitado es el Señor de la Historia y el Salvador de todos.

La Pascua fue, en otro tiempo, la reconstrucción de un momento grandioso para Israel, que fue su salida de Egipto, como lo escuchamos anoche en la Vigilia. 

Aquella Pascua primera de la Iglesia empieza con el caos en el que estaba Jerusalén tras la muerte de Jesús. El Templo arruinado, frustrada, con seguridad, la fiesta de las casas por el impacto de los sucesos. No se ha profundizado mucho en la búsqueda de testimonios diversos a los de los apóstoles para retratar el amanecer de ese primer día de la semana, de ese primer domingo.

En la pequeña comunidad de los amigos de Jesús, la noticia de la victoria es tan humana: asombro, incertidumbre, sorpresa, alegría sin fin acallada por aquello en lo que insiste San Juan: el miedo a los judíos84. En medio de ese temor, qué gozo acoger nuevamente al Señor, qué alegría verlo nuevamente.  Santa Laura Montoya en su autobiografía cuenta una reacción suya ante la imagen del Resucitado hoy hace exactamente 120 años: “¡Qué hermoso vuelves! No ha sido un sueño aquel terrible, sangriento leño, aquellas horas de cruel dolor?”

Por eso luego, el mismo San Lucas nos cuenta la alegría que desbordaba el corazón de aquel puñado de apóstoles, de las mujeres y por qué no, de María, la Madre, como para indicarnos que hemos de ser testigos de esa victoria y contarla sin cesar a todos, anunciarla sin descanso al mundo.

2. Testimonio

Dar testimonio de la Resurrección es, entonces, nuestra tarea, hermanos amadísimos. No podemos reservarnos esta misión o reducirla simplemente a lo que otros puedan hacer en la experiencia evangelizadora.

Nuestra vida debe ser el primero y más evidente de los signos de la resurrección, porque el mundo no puede ver otro rostro de Jesús Resucitado que el rostro de los que en Él creen y esperan, por más bellas que puedan ser las imágenes que lo quieren representar.

El Resucitado, no es entonces una bella estatua ni un cuadro sublime en el que los artistas han puesto sus mejores talentos, el Resucitado es la cabeza de un cuerpo que se llama la Iglesia y que tiene como tarea esencial grabar en la faz de cada creyente y de cada ser humano los rasgos del Resucitado, esto es, el rostro de la alegría que consuela, el rostro del perdón que da comienzo a todo esfuerzo de paz, el rostro de la cercanía que hace que todo ser humano se sienta acogido y amado con respeto, con sinceridad, con la certeza de que Jesús dio su vida por una multitud que, dispersa por el mundo, que sin modo de ser contada con las cifras del hombre, debe conocer y amar a aquel Hombre Nuevo que es Dios con nosotros, que es el amor concreto y generoso que nos salva.

Sólo se puede testimoniar a partir de lo que se conoce. Por ello tras la celebración de la Pascua, la Iglesia nos va a enseñar a conocer a Jesús contándonos el testimonio que de Él dieron los Apóstoles y como prácticamente en cada página de los Hechos de los Apóstoles hay un anuncio explícito y gozoso de la gloria del Resucitado.

3. Misericordia

La Pascua del Año de la Misericordia literalmente debe ser la demostración del amor de Dios que acude presuroso en su Hijo y nuestro Hermano Jesús, Dios verdadero y hombre verdadero, agua viva para nuestra sed, pan de vida para nuestra hambre, vestidura de amor que cubre la humanidad, hospedaje tierno y amoroso, visita que libera a los que viven presos por el pecado.  

Jesús resucitado sigue obrando la misericordia. Consuela y enseña, sana y restaura, alimenta y aconseja; de modo que  aprendamos su lección de esperanza, de paciencia, de acogida bondadosa, de amor y preocupación por todos, como por ejemplo por los Discípulos de Emaús que, desconsolados y confusos ven como, tras encontrar al Señor en el camino, donde primero estaba el hielo del dolor y del desconcierto, surge luego una hoguera de amor, de alegría y de esperanza, como ala que deberíamos encender en tantos hermanos nuestros que sufren, que lloran, que no son amados, que no saben amar.

El mejor fruto de esta Pascua de la Misericordia es que no nos olvidemos que la Semana Santa ya no es una semana de actos y celebraciones sino un tiempo en el que cada celebración y cada experiencia de fe nos propone una tarea clara y sencilla: hacer que Jesús vivo llegue a nuestra vida para que por medio nuestro llegue a todos, despertando en el mundo una aurora de esperanza, una oportunidad para perdonar, para mostrar el buen camino, para vivir la fe.

Demos gracias a Dios por los Sacerdotes, los Discípulos de nuestros Seminarios, por los evangelizadores, los catequistas, los ministros de la Sagrada Liturgia, las comunidades comprometidas en la proclamación de la fe, los que con su trabajo llenaron de esplendor cada momento de nuestras fiestas pascuales, a los que merecen el testimonio de nuestra gratitud. Gracias a cuantos asistieron a todo lo que hemos celebrado, porque sin duda, seremos todos los evangelizadores de la misericordia y los testigos constantes de la vida de Jesús.

Saludemos, finalmente, a la Reina del Cielo y, salgamos a su encuentro, como bellamente se hace en algunas procesiones de este día, para contarle, no la noticia de la resurrección, porque Ella ya la sabe, sino la noticia de que nosotros, animados por su Hijo, salimos de inmediato a proclamar que el reina sobre la muerte, y que él nos invita a construir un mundo nuevo siendo Misericordiosos como el Padre.

Amén.

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