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Vida Nueva Cali - Reproductor

miércoles, 23 de marzo de 2016

JUEVES SANTO

Jueves Santo

Misa en la Cena del Señor

Amor-Eucaristía-Misericordia

Cuando las sombras de la tarde caían sobre Jerusalén, los discípulos convocados por su Maestro suben a la sala preparada, y, hallándolo todo dispuesto, se ponen a la mesa para un doble banquete: el de la frugal cena de Pascua, el del espléndido banquete de palabras y signos con el que Jesús les entrega su corazón.

1. Amor

Donde reina el amor y la unidad, allí está Dios, dice un cántico que se acostumbra en este día. Es el amor la expresión más grande del corazón humano. El amor, más allá de las meras experiencias sentimentales, es el reflejo de la solicitud con la que Dios nos acompaña, con la que invitó al Pueblo Elegido de Israel a sacrificar un cordero y a compartir en una cena pascual la noticia de su liberación, como lo escuchábamos en la primera lectura.  

Es el amor el que hace que “el sacrificio de alabanza” del que habla el Salmo 115-14 para dar gracias al señor por el bien que nos ha hecho, sea la expresión del amor con el que “el hijo de tu Sierva” ofrezca el sacrifico de su amor inefable anticipado en el pan y el vino de la Cena.

Es el amor el mandato que se hace concreto en el signo del Lavatorio con el que Jesús no sólo se pone a los pies de la humanidad, sino que nos enseña a hacernos servidores por amor, es decir, a darle sentido divino a cada gesto que resalte que somos hermanos. Que es la intención del lavatorio, que no dramatiza la Cena  sino que nos insinúa un gesto de comunión.  Es el amor, en definitiva, el que ha motivado toda una larga historia que a partir de la tarde santa de esta Cena se empieza a manifestar de un modo más pleno en la vida de Jesús dada a todos, entregada por todos, ofrecida a todos.

2. Eucaristía

Precisamente en esta celebración (en esta tarde), en esta Cena Pascual, ha querido Jesús dejarnos su corazón en el Sacramento que no sólo recibiremos sino que más tarde adoraremos en silencioso coloquio: La Eucaristía.La humanidad tiene un hambre constante, no saciada. No es sólo la ausencia dramática de pan, es el pan dramáticamente partido en un mundo sin afecto, sin solidaridad, sin ternura. 

Es aquí donde adquiere todo su esplendor la idea novedosa, el amor maravilloso con el que Cristo asume su vida como ofrenda y como presencia que nos ilumina, como lo enseñaba el insuperable Santo Tomás de Aquino: 

“al nacer se nos dio como amigo, en la cena como alimento, al morir como rescate, y al reinar, como premio”.

Esta Cena llena de luz la Jerusalén sobre la que ya extienden no solo las sombras de la noche sino también la dulzura del misterio con el que se cierran los ritos del Viejo Testamento y empieza a ofrecerse el nuevo Cordero, en la nueva Alianza, en el nuevo rito, abierto ahora a infinitos comensales, a esos muchos, imposibles de contar, a los que quiere Jesús alimentar.

Después de comulgar a Jesús, él va hacia el Sagrario que hemos preparado. Esta procesión evoca no su captura en la noche santa de su pasión, sino su constante camino hacia nosotros, hacia nuestra vida, hacia nuestra sed y nuestra hambre de amor y de esperanza. Jesús no quedará encarcelado, es más, nunca ha estado tan libre como ahora como cuando viene a buscar las manos vacías de la humanidad, para llenarlas con la plenitud de su presencia.

3. Misericordia

Una de las obras de misericordia es alimentar. Precisamente, tras comprender que el amor se ha hecho eucaristía, entendemos porqué Jesús quiere ser el pionero en esta bondadosa disponibilidad tan generosa y admirable. 

Hoy, tras enseñar a sus discípulos cómo las tradiciones del viejo Israel se renuevan y se transforman, hoy cuando el Cordero Nuevo, se dispone a su sacrificio que se consuma en la cruz, Jesús ha enseñado también que en el amor servicial y disponible se encontrará el nuevo distintivo para el Pueblo de Dios que nacerá de su costado.

Pero es hoy también, cuando nos manda a prolongar en los siglos esta Santísima Cena, invitando al banquete del amor a todos, saciando con generosidad el hambre concentrado de muchos corazones, haciendo presente una justicia verdadera que no se quede en resentimientos llenos de amargura, sino que propicie gestos de amor que alimenten la vida, que nos enseñen a ser más hermanos, que nos comprometan a vivir más fraternalmente y en una paz que transforme la vida y le dé una calidad verdadera a la existencia humana iluminada por la fe.

La Fiesta Pascual apenas se abre verdaderamente. Con amor y con fe haremos de la Eucaristía el signo más vivo del amor misericordioso, aprendiendo la lección magistral de caridad, de esperanza, de alegría con la que Jesús vive su Cena Postrimera, la primera cena de la Nueva Alianza.

En el Año de la Misericordia la Cena de Jesús es elocuente en todos sus signos. Es amor puesto de rodillas para lavar el corazón del hombre, es amor que se hace sacrificio de alabanza para elevar las manos a Dios colmadas con la alegría de darnos, de ser hermanos.

En esta Cena santísima, pidamos que no nos falte el amor que nos une, que no nos falte el pan que nos alimenta, que no nos falte un corazón misericordioso que ofrezca vida y paz a todos. 

Que la Madre de la Misericordia, la que, como pensamos, más que amasar el pan de la Cena, acunó en sus brazos a Cristo, Pan de Vida, nos ayude a celebrar con la vida este encuentro con el Amor-Eucaristía que es Misericordia de Dios. Amén.

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