Resurrección del Señor
Noche santísima de Pascua.
Luz-bautismo-misericordia
Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia. Amadísimos hermanos en la fe:
Un gozo novedoso y lleno de esperanza inunda la Iglesia en esta noche santísima de la Victoria Pascual de Cristo, que estamos celebrando en esta Vigilia.
1. Luz
Iniciábamos nuestra fiesta pascual con un rito único: la bendición de la luz y la entronización del Cirio Pascual que representa a Cristo Resucitado. En medio de la noche, hicimos fuego, luego tomamos la luz y tras señalar sobre el Cirio las cifras que nos recuerdan que el tiempo es de Dios y que Cristo es el señor de la historia, la columna luminosa nos recordó que en medio de las tinieblas de la historia de hoy es la fe la lámpara que nos ilumina, es Jesús resucitado el que le comunica al creyente y a todos los hombres de buena voluntad que hemos comprendido que el amor misericordioso que hoy canta la Iglesia es la vida y la alegría que transforma y da sentido a la humanidad.
El Pregón Pascual cantaba algo novedoso, pero a la vez maravilloso: que Dios se acordó de su pueblo y que en una noche como esta superó definitivamente el prodigio que le dio la libertad a Israel con una victoria más grande incluso que el paso del Mar Rojo: la Resurrección de Jesús.
En efecto, cuando Jesús retorna de la muerte todo se hace nuevo. Es nueva la larga historia de la Creación que hemos escuchado76, el sacrificio de Isaac77, la salida de Egipto78, y se hacen realidad las profecías con las que Isaías, Ezequiel y Baruc nos fueron preparando para el anuncio con el que, finalmente San Pablo en la Carta a los Romanos, nos recordó que hoy ha vencido Jesús y que la alegría de encontrarlo que nos cuenta el Evangelio de san Lucas nos compromete a resucitar, es decir, a dejarnos llenar de la luz del que vive eternamente.
2. Bautismo
Y es que la luz de la pascua, la alegría de Jesús vivo hace que el hombre recreado, redimido, renovado, descubra en el signo con el que un día le acogieron en la Iglesia, el Bautismo, cuál es su vocación, cuál es su verdadero destino, cuál su máxima realización.
Renovaremos la gracia del Bautismo (e incluso algunos hermanos hoy mismo lo reciben en esta celebración) porque un día fuimos pasados por un Mar más luminoso que el Mar Rojo, Dios nos regaló en la Fuente Bautismal la dicha de ser su familia, sus hijos, su pueblo santo y elegido79, bendecido por Dios, elevado a la grandeza de un Sacerdocio de Reyes, precisamente porque un Rey, Jesús crucificado e inmolado por nosotros, protagonizó una lucha dramática, como lo cantaremos mañana en la secuencia de pascua al decir “lucharon vida y muerte en admirable duelo”80.
Incluso el Costado Abierto de Jesús en la Cruz, nos hizo pregustar esa fuente de agua viva en la que, lavados de nuestras culpas, se nos ha llamado a ser del todo nuevos, justos, alegres, comprensivos, solidarios, comunicadores de esperanza, de vida, de paz, de fe, de perdón y de amor sincero.
Un Bautizado no es simplemente una cifra en un registro parroquial ni un nombre en un elenco de pertenecientes a una religión. Nosotros no somos una serie de personas vinculadas a unas ideas del pasado sino una verdadera comunidad, un cuerpo vivo y dinámico que tienen que impregnar la cultura humana con la luz del Resucitado, que tiene que impregnar el mundo con una nueva manera de vivir que nos haga más fieles a Dios y más cercanos a todos.
El bautizado cree y espera, cree y ama, hace que su fe lo lance a llevar a todos la vida, la paz, la novedad de hacerlo todo al estilo de Jesús.
3. Misericordia
La Pascua del Año de la Misericordia es la celebración de la vida de Dios sembrada en el corazón de todos. Es permitir que la luz radiante del Resucitado venza las tinieblas del corazón, lave el dolor y el pecado, de sentido a cada persona, a cada familia de creyentes, a cuantos buscan a Dios y deben encontrarlo vivo y gozoso allí donde escogió manifestarse: en la Iglesia que nace, precisamente, de la Pascua de Jesús, de la muerte dolorosa seguida del silencio del sepulcro y derrotada en el momento en el que el Hijo amado de Dios revestido de una vida nueva, luminosa, extraordinaria, nos sale al encuentro enarbolando su bandera de paz.
La Pascua es un canto al amor de Dios, a la bondadosa misericordia con la que Jesús, saliendo de la muerte, viene al encuentro de cada persona, invitándonos a todos a una vida más fiel y más alegre.
Es una bondad que nos invita a “no buscar entre los muertos al que vive”81, como les dicen los varones de blancos vestidos al grupo de Discípulas que, encabezadas por Santa María Magdalena, la queridísima beneficiaria del perdón misericordioso, madrugaron a cumplir una obra de misericordia, la que honra a los difuntos y son llamadas a realizar otra tan hermosa como aquella: enseñar, proclamar a todos que Jesús vive.
Es esta nuestra gran tarea. Para ello nos hemos dispuesto en estos días santísimos, para ello han trabajado con amor tantas personas, los Sacerdotes, los evangelizadores, los catequistas, los ministros de la Sagrada Liturgia, las comunidades comprometidas en la proclamación de la fe, los que con su trabajo llenaron de esplendor cada momento de nuestras fiestas pascuales, a los que merecen el aplauso agradecido por lo que nos han ayudado a celebrar con tanto amor.
Nuestra misión es decirle al mundo que Jesús vive, que el reina sobre la muerte, que él nos invita a construir la vida siendo Misericordiosos como el Padre.
Finalmente, antes de proseguir con la gracia Bautismal y con la Comunión del cuerpo y la sangre del Resucitado, felicitemos a María, la Madre del Señor y digámosle: Reina del Cielo, alégrate83, porque en tu Hijo Resucitado se ha manifestado para todos el amor misericordioso que da la vida al mundo.
Amén.
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