DOMINGO 29 DE MAYO
Fiesta del Cuerpo y la Sangre de
Cristo
Multiplicar
el pan es compartir
Génesis 14,18-20:
«Melquisedec presentó pan y vino»
Salmo 110(109): «Tú eres
sacerdote eterno, según el rito de Melquisedec»
1Corintios 11, 23-26: «Cada
vez que coman este Pan y beban de este Cáliz, proclaman la muerte del Señor»
San Lucas 9,10-17: «Comieron todos y se saciaron»
El episodio de la historia
de Abrahán que nos recuerda el libro del Génesis ha servido como punto de
partida para una catequesis sobre Jesucristo y la Eucaristía. Melquisedec, Rey
y Sacerdote sale al encuentro de Abraham y le presenta pan y vino. El
representa un culto abierto, sin particularismos. Al no mencionar la Biblia su genealogía,
se interpreta como una especial dedicación a Dios y a su misión. La ofrenda del
pan y del vino significa un gesto de acogida, de espiritualización del culto
frente a sacrificios animales.
Melquisedec, rey de Salem
(Jerusalén), es un precursor lejano de todos los reyes hijos de David. Jesús es
el Hijo de David, su reino no tiene fin, y su sacerdocio no se extingue, porque
vive eternamente ante el Padre, intercediendo por nosotros,
La carta paulina a los
Corintios nos brinda un testimonio emocionante de cómo Pablo recibió de la comunidad
primitiva, al convertirse, la tradición de la institución de la Eucaristía «que
procede del Señor». La eucaristía es el bien común de la Iglesia, el banquete
en el que ofrecemos y participamos de la muerte sacrificial de Cristo.
Pablo recuerda la forma
tradicional de la Cena, para cortar los abusos que se habían introducido en el
ágape e precedía a la misma. Aparece la Eucaristía como memorial y como anuncio
de la muerte del Señor. El interpreta su propia muerte: «Se entrega por ustedes
y por todos los hombres».
En el Evangelio de hoy vemos
que Jesús: dio de comer a más de cinco mil hombres, con los cinco panes y dos
peces que le presentaron, después de estar hablando largamente del Reino,
después de curar a los que lo necesitaban, alzando la mirada al cielo, orando,
y pronunciando la bendición, - y recogieron las sobras: doce cestos. Estos doce cestos, uno por cada
apóstol, es el signo de que ellos han de seguir alimentando a los hambrientos,
como Jesús lo hizo: con la Palabra, la oración, los signos correspondientes y
el Pan.
Hoy, día de Corpus, nos
alegramos con la celebración del gran acontecimiento realizado por Jesús en la noche
del Jueves Santo: «esto es mi cuerpo y esta es mi sangre, derramada para el
perdón de los pecados; hagan esto en conmemoración mía. Junto a la presencia
sacramental de Cristo, celebramos su presencia en la Palabra, en la Comunidad,
y en los «signos» que han de ser vistos en cada uno de nosotros como creyentes
en Cristo Jesús.
Pero no podemos olvidar la
otra parte del testamento que nos dejó: «ámense unos a otros como Yo los he amado».
Si procuramos seguir el mandato de Jesús, oiremos aquellas palabras que también
él pronunció: «vengan benditos de mi Padre, porque tuve hambre y me dieron de
comer». La fiesta de Corpus nos habla de la manifestación del Señor, pero no
solamente en las procesiones por las calles de nuestras ciudades y pueblos (que
está muy bien hacerlo), sino en la manifestación de nuestra manera de vivir,
que debe ser signo de fraternidad, de unidad, de caridad.
Para meditar durante la
semana:
¿Es la Eucaristía le fuente
que alimenta y la fuerza que anima nuestra vida cristiana
¿Ocupa la Eucaristía el
lugar central en nuestra vida semanal?
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